14 de junio de 2012

Pesificación, el cuento de la buena pipa

El gobierno anunció la pesificación de la economía para todos los contratos, menos para el que más importa: la deuda externa. Sin embargo, es a través de la deuda externa en dólares que se devalúa el peso, porque los capitalistas la compran en pesos y la revenden en dólares, por ejemplo en Nueva York. La pesificación sería una suerte de régimen de doble moneda: pesos devaluados para salarios y un patrón monetario en dólares para calcular las ganancias y los beneficios. Es lo que algunos proponen para Grecia: volver a una moneda nacional, el dracma, y mantener el pago de deudas en euros.

El proyecto nacional y popular para la moneda, al final, reculó en chancletas. ¿Cómo podría existir una moneda nacional que no se ajuste por inflación o por moneda extranjera cuando los precios suben al 30% anual? El palabrerío de la moneda propia no tuvo otro propósito que encubrir las fechorías que comete la Afip contra la compra de dólares en el mercado minorista. El oficialismo lanza una campaña publicitaria a favor del peso, mientras se lanza a la captura de la mayor cantidad de dólares posible.

Si el gobierno quiere devolver soberanía al peso, ¿por qué acumula dólares? Cuando el peso circula porque el Banco Central los emite para comprar dólares, lo que tenemos no es una moneda propia sino una moneda sustituta; si se ilegaliza la sustitución, la moneda propia desaparece.

El gobierno pone pesos en circulación contra dólares o para financiar el déficit fiscal. Ambos son procedimientos inflacionarios, esto porque no financian un equivalente de mercancías, sino que intercambian papeles. El crédito bancario a la producción es casi nulo; el crédito al consumo lo financian fideicomisos que se financian en el exterior. La deuda externa privada ha crecido en la misma proporción. A nadie se le escapa que Estados Unidos ha emitido billones de dólares para rescatar a los bancos, que acabaron recalando en los bancos centrales de los países emergentes. Sin la demanda parasitaria de estos países, el dólar se estaría cotizando en el fondo del pozo.

Bajo Cavallo, el ciento por ciento de los pesos en circulación tenía el equivalente en dólares. Los K lo superaron, pues llegaron arriba de ese porcentaje. Cuando lanzaron la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central, dijeron que querían deshacerse de ese compromiso, pues el monto de dólares que respaldaba la circulación era desproporcionado. Pero no han logrado salir de esa trampa, nunca quisieron salir de ella, ni lo lograrán aunque digan que quieran. Siguen emitiendo pesos contra dólares y contra el déficit fiscal, que luego absorben por temor a crear mayor inflación de precios. El peso sigue siendo, aún más que antes, sustituto del dólar -no financia la actividad productiva. Ni la reforma del Código Civil ni la de la carta del BCRA podrán superar una limitación que está en la raíz de la organización capitalista del país, al cabo de numerosas hiperinflaciones y bancarrotas. Los argentinos sí piensan en pesos: en cómo desprenderse de ellos. Si tuvieran una moneda autónoma (en la medida en que esto sea posible dentro de una economía mundial jerarquizada), dejarían de pensar en ella. La obsesión es hija de carencias.

¡Los brasileños, sin embargo, no piensan en dólares! Pero, ¿quién dice semejante estupidez? En Brasil hay una pobreza enorme y grandes territorios donde la economía de mercado tiene escaso desarrollo; en estos casos no ‘piensan’ en dólares y tampoco en reales. Pero ha sido Brasil, precisamente, la que ha mantenido la tasa de interés real más alta del mundo, durante un tiempo muy prolongado (la tasa Selic), por el simple propósito de impedir que salgan los dólares del país. Desde que comenzó a bajarla -hace un par de meses-los dólares no dejan de salir.

El gobierno se decidió por racionar la divisa, porque tiene que pagar la deuda externa, y porque advierte que la crisis fiscal dispara la inflación y la huída del peso. Tampoco se trata de una crisis fiscal cualquiera, porque es el resultado de gastos parasitarios colosales en subsidios -no inversiones susceptibles de agregar valor a la economía. El racionamiento busca evitar el “rodrigazo”, o sea salir de la crisis fiscal por medio de tarifazos y de fuga de divisas por medio de una devaluación. Los trabajadores deben tomar conciencia de esta situación. Bajo modalidades diferentes, estamos en un capitalismo en quiebra -simplemente como todo el mundo capitalista. La pesificación que no es tal es una muestra de la miseria teórica de los K y el canto del cisne del nacionalismo burgués.

Jorge Altamira