11 de abril de 2013

“¿Quién mató a Mariano Ferreyra?”, la película.
















Los realizadores y protagonistas del film sobre el asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra hicieron todos los esfuerzos que eran necesarios para que el estreno anticipara la sentencia que debe pronunciar el Tribunal Oral y Público, con mucha probabilidad, el 19 de abril próximo. En el diario Río Negro (3/4), uno de ellos, Alejandro Rath, declara: “Estrenar antes del final del juicio es una manera de intervenir en la realidad (….) si podemos abrir los ojos de la gente”. La película asume, de este modo, una condición militante doble: responde a ese género de cine y es, al mismo tiempo, un instrumento de acción política inmediata. En torno al tribunal, hay un cruce de presiones políticas de todo tipo, porque la materia misma que juzga, un “crimen político contra la clase obrera”, se enlaza con el desarrollo de la crisis generalizada del régimen político vigente. En los días siguientes al estreno, la conexión del juicio con la realidad del momento se manifestó en forma harto clara de dos modos diferentes. Por un lado, la aparición del audio que reproduce la complicidad jocosa y entusiasta de un ministro del gabinete de Cristina Kirchner, Carlos Tomada, con el jefe de la burocracia sindical del sindicato ferroviario, José Pedraza; y del otro, el exabrupto -menor, pero significativo- del vocero de la derecha local, Jorge Asís, quien convocó a la burocracia sindical a defender sin miramiento sus posiciones de poder. “La bala que rozó el corazón de Néstor”, según la Presidenta, aparece celebrada desde las oficinas de personajes que siguen fungiendo, dos años más tarde, como sus colaboradores inmediatos.

La película sigue el guión establecido por el libro homónimo de Diego Rojas -el cual también emprendió, en su momento, un curso acelerado para sacar su investigación durante la fase judicial de la instrucción. Existe un acuerdo entre los comentaristas cinematográficos en ubicar al libro en la línea de los trabajos de Rodolfo Walsh y a la película en la de Pino Solanas y Raymundo Gleyzer. Es un elogio para los realizadores. En el reportaje que le hace Río Negro, Rath observa, probablemente con un poco de ironía, que “algo que está en debate en el filme es el periodismo militante”, en alusión a que el periodista que toma la investigación del asesinato de Mariano es apartado de ella, por el director y patrón de una revista ‘militante’.

“¿Quién mató…?” se distingue de la investigación de Walsh acerca del asesinato del N° 2 de la UOM, en la década del 60, Rosendo García, en lo siguiente: Walsh desentrañó la trama política de una crónica policial; el libreto y la película sobre Mariano desarrollan la trama social de un crimen político. La naturaleza antiobrera del crimen contra Mariano fue advertida de inmediato por el conjunto de la población; de otro modo, no se habrían producido las huelgas numerosas que tuvieron lugar para repudiarlo, en algunos casos enseguida y otras al día siguiente, ni la manifestación imponente del 21 de octubre. En el subconsciente del pueblo, volvieron a aparecer las figuras de Kosteki y Santillán. El apego a la línea del libreto deja a un lado este desarrollo histórico y la reaparición de las masas populares como sujeto activo, con sus organizaciones e incluso más allá de ellas. En festivales sucesivos por “juicio y castigo para TODOS los responsables” del crimen, se puso de manifiesto también la movilización de las figuras artísticas, intelectuales y deportivas más apreciadas por la ciudadanía.

“Del INCAA recibimos el subsidio más bajo -relata Julián Morcillo-, que es de 195 mil pesos para documentales en digital. Sin embargo, terminamos rodando casi la totalidad de la película como una ficción, cuando el presupuesto medio reconocido por el INCAA para ello es de 3,5 millones de pesos”. Los realizadores no tuvieron los medios materiales para reconstruir los hechos y describir los acontecimientos masivos “con los extras habituales de otras producciones”, explica Julián. “Los extras no fueron actores, en su mayoría fueron militantes que estuvieron ese día (…) la escena del ataque hubiera sido imposible que lo hagan actores que no estuvieran comprometidos”. Martín Caparrós ha señalado, entre las motivaciones que lo llevaron a aceptar un rol protagónico, la evidencia de que actores conocidos habían rehusado ese compromiso. La representación del ataque de la patota en Barracas asume entonces un carácter artesanal, de enorme intensidad dramática, en lugar de escenas de masas. La sustitución de la acción actoral por documentos de archivo habría convertido a la cinta en un puro documental de noticiero. El piquete de apoyo a la lucha de los tercerizados contó con la participación de un puñado de organizaciones combativas y agrupaciones sindicales. Quedará para quienes quieran retomar el tema en el futuro, traducir a la pantalla la pasión que movilizó a miles de personas en esas jornadas por el reclamo de justicia. Quedará también para un futuro próximo reflejar la intensidad del impacto que el crimen de Mariano provocó en miles de trabajadores tercerizados, no solamente en la rama ferroviaria. El asesinato de nuestro compañero en una acción de lucha sacudió las fibras y la conciencia de miles y miles de jóvenes trabajadores. Aquellos días han quedado inscriptos en forma definitiva en la historia de la clase obrera.

La atención de los espectadores no decae en ningún momento a lo largo de la hora y media de la película. Los que se acercan al drama por primera vez, lo descubren en toda su intensidad; los que lo conocen reviven emociones y encuentran otras. La película es una convocatoria a la pasión, al pensamiento y a la lucha.

Jorge Altamira