El gobierno de Japón se ha visto forzado a admitir que el nivel de radioactividad ha aumentado en Tokio, a 250 kilómetros de la zona de la catástrofe, y es 20 veces mayor a lo normal.
Para los burócratas de la Unión Europea, a cargo de la energía nuclear, la cosa es peor: los reactores nucleares afectados por el tsunami de hace una semana se encuentran ya fuera de control.
El hidrógeno se ha separado del agua que se usa para proveer una refrigeración precaria de los reactores, lo que crea una cadena de explosiones imparables. Esas explosiones liberan a la atmósfera gases y partículas altamente radiactivas.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Los reactores afectados fueron instalados en una zona sísmica y su tiempo de uso ha vencido hace tiempo.
Las razones para estos despropósitos son las de siempre: reducir costos ante el crecimiento de los precios de las energías alternativas, para mantener y aumentar los beneficios capitalistas.
Se ha alegado que la energía atómica es ‘limpia', sin considerar su peligro potencial.
Esto ocurre luego del gigantesco derrame de petróleo de la British Petroleum en el Golfo de México, como consecuencia de la aplicación de métodos inseguros en la explotación en aguas profundas.
El ‘modelo' de explotación capitalista de la naturaleza está socialmente agotado y se ha convertido en una amenaza directa para la humanidad.
El desastre de Chernobyl, en Ucrania, anunció, en los '80, el fin del régimen stalinista; el desastre de Japón descubre al máximo la irracionalidad del capitalismo -junto a las guerras, los campos de concentración y los genocidios.
La ley del beneficio privado y la correspondiente sobreexplotación de la fuerza humana de trabajo y del medio ambiente es la responsable de la miseria social y del saqueo natural.
El capitalismo ha desenvuelto su irracionalidad al máximo, sacrificando los intereses colectivos para impulsar el derroche privado, que cada vez más se convierte en desempleo masivo y privación de los bienes más elementales.
Mientras se desenvuelve esta tragedia, la preocupación de los gobiernos transita por otro lado: esconder la verdad a los pueblos y minimizar los alcances del gigantesco siniestro, o aprovechar la distracción hacia otros hechos para apurar la represión a la revolución árabe en Libia, Bahrein o Arabia Saudita.
Para que la humanidad pueda dominar la naturaleza en beneficio recíproco tiene que dominar sus propias relaciones sociales, abolir los antagonismos de la explotación del hombre por el hombre, para imponer una humanidad naturalizada sobre la deshumanidad socializada.
La consigna de la revolución socialista mundial está más vigente que nunca.
SOCIALISMO O BARBARIE