Pocas veces la situación política de Argentina se ha presentado con tanta claridad.
El asunto Schoklender no solamente puso al desnudo a un gobierno corrupto, sino especialmente su efecto corruptor sobre las organizaciones populares que puso bajo su control por medio de la cooptación, la integración al Estado y la borocotización.
Schoklender es el equivalente a los Pedraza o Cavallieri en el movimiento obrero, o a los pichones de burócratas de la Juventud Sindical y La Cámpora, quienes encubren su rol desmoralizador en el movimiento popular con el mote de ‘militantes'.
Los militantes de derechos humanos asisten atónitos a lo que los trabajadores conocen desde hace muchísimo tiempo: la desnaturalización de sus organizaciones como consecuencia de su integración al Estado capitalista.
Hay un hilo de unión entre el crecimiento de la criminalidad policial contra el pueblo y la neutralización de las organizaciones de derechos humanos mediante la borocotización kirchnerista.
El ‘affaire' Schoklender es un golpe mortal a la autoridad del gobierno que dice encarnar los intereses populares.
En el lado de enfrente, se yerguen los petroleros, los docentes, los mineros y los desocupados de Santa Cruz, quienes luchan por sus reivindicaciones en forma desesperada y consecuente, precisamente porque se han sacado de encima a los punteros y burócratas del kirchnerismo a fuerza de moral y de organización.
Entre la Argentina de los Schoklender-K y los trabajadores de Santa Cruz, se bambolea un arco de partidos capitalistas que sólo busca un rédito electoral del naufragio del gobierno y que evita ponerse del lado de los trabajadores.
Pero el destino de Argentina se juega entre esos dos polos: el de los K-Schoklender y el de los trabajadores.
El Frente de Izquierda hace mucho que ocupa su lugar en el campo de los trabajadores y de la lucha por extirpar el Sida de las organizaciones populares, que no es otro que las burocracias sindicales y los agentes del Estado capitalista.
A los que festejan la gestión kirchnerista desde sus poltronas de intelectuales acomodados, les decimos: Schoklender es el ícono ‘cultural' de vuestros menesteres.