El Frente de Izquierda superó largamente la exigencia impuesta por la reforma política proscriptiva.
Más de 500.000 voluntades le dieron a la izquierda revolucionaria la posibilidad de intervenir en las elecciones generales.
Es cierto que defendieron, con ello, un derecho democrático.
Pero votaron a favor de que esté presente un programa, el de la izquierda, no cualquier programa.
Votaron para que tenga voz el protagonismo y la historia de esa izquierda, no cualquier historia.
Defendieron el derecho a que se debata la reivindicación del 82% móvil para los jubilados, en un país donde los fondos de la Anses subsidian a los capitalistas y van al pago de la deuda externa.
A que el salario iguale el costo de la canasta familiar, en un país donde la inflación galopante es otra forma de confiscación social.
Defendieron el derecho a plantear que el trabajo precario y tercerizado golpea a la mitad de los trabajadores -algo que silencian todos los otros candidatos.
La izquierda va a intervenir en octubre en el marco de una bancarrota general del capitalismo.
Aunque intente disimularlo, el kirchnerismo aborda esa crisis con los mismos métodos que otros gobiernos capitalistas: rescatando a los banqueros a costa de la mayoría que trabaja.
Más temprano que tarde, esos recursos se van agotar -del mismo modo que ocurre hoy en Estados Unidos o Europa.
La defensa del salario, las jubilaciones o la condición laboral son, en estas condiciones, mucho más que una plataforma de reivindicaciones urgentes.
Es un planteo de reorganización social que el Frente de Izquierda va a colocar en la tribuna de las elecciones nacionales.
En agosto, convocamos al pueblo a votarnos para que la elección de octubre no sea el monólogo de los partidos capitalistas.
En el próximo turno electoral, ampliemos el alcance y la fuerza del Frente de Izquierda.
Para romper otro monólogo -el del Congreso- y llevar a sus bancas a tribunos obreros y socialistas.