El título de este artículo alude una obra de Trotsky escrita inmediatamente después de la revolución de 1905. Resultados y Perspectivas plantea las lecciones de aquella revolución y consagra un pronóstico histórico cuyo rigor y audacia sólo pueden compararse con las del Manifiesto Comunista- como lo señaló Isaac Deutscher en su trilogía biográfica sobre Trotsky.
La sustancia de tal pronóstico alude precisamente a un viraje de la historia contemporánea: “En un país económicamente atrasado -concluyó entonces Trotsky- el proletariado puede tomar el poder antes que un país donde el capitalismo esté desarrollado (…) La Revolución Rusa produce condiciones en las que el poder puede (…) pasar a manos del proletariado antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de mostrar plenamente su genio de estadistas”.
Un viraje y una nueva transición histórica. En 1848, en el momento de la publicación del Manifiesto, la luz de la revolución democrática burguesa, que había brillado en el París de 1789, tendía a apagarse por la aparición de la clase obrera, que la burguesía consideraba una amenaza peor que la del viejo orden. Por eso, el Manifiesto Comunista preveía que la “revolución alemana (…) será el preludio de la revolución proletaria”. En 1905, el papel del movimiento obrero en la revolución mostraba la consolidación de una nueva era, de otra transición, que ponía en el primer plano la revolución socialista.
Para ese entonces, el bolchevismo ya había dado a este viraje de la historia el sello de su propio programa, cuando Lenin señaló que “el capitalismo se transforma en imperialismo en un momento muy alto de su desarrollo, cuando sus características fundamentales alumbran la transición a un nuevo régimen social”. Otra vez: viraje y transición.
Estructura y coyuntura
Los virajes y las transiciones no dominan apenas del “tempo” de la historia, sino también el de la situación política y el de la evolución de la conciencia de las masas. Trotsky vio la capacidad de Lenin para apreciar este proceso, cuando aludió a su excepcional “golpe de vista político”. Es decir, su rigor para detectar lo esencial y lo accesorio de las manifestaciones diversas de la situación corriente, lo concreto como la “síntesis de múltiples determinaciones”. “Golpe de vista”, una suerte de intuición construida sobre la base de la experiencia y tenacidad revolucionaria para captar lo esencial de un panorama político. Una cuestión clave: la evolución de la conciencia de las masas que contribuye a precisar la línea de trabajo específica (táctica).
Ese “golpe de vista político” al servicio de la tarea de llevar a la clase obrera al poder es el que, en su testimonio biográfico (Mi Vida) Trotsky estima como una de las virtudes insuperables de Lenin. Una virtud que modeló al bolchevismo en la coyuntura decisiva de 1917 y en la guerra civil.
El propio Trotsky se esmeró en el desarrollo de este recurso virtuoso para caracterizar los virajes y transiciones que dominaron las convulsivas dos décadas posteriores a la toma del poder por los bolcheviques: las derrotas de la revolución alemana del 18 al 23, la huelga general inglesa del 26 y la revolución china del 27; la trágica derrota sin lucha del PC alemán y el ascenso nazi en Alemania; las vicisitudes de la revolución española y del levantamiento del proletariado francés poco después. Por último, pero decisivo, sus planteamientos políticos en el combate final por la IV Internacional, lo que Trotsky consideró la batalla más importante de su vida, la única en la cual consideró que su tarea era “imprescindible”. Otra transición, aún inacabada, por reconstituir la dirección revolucionaria del proletariado.
Hoy
No está mal recoger, desde el ángulo que aquí indicamos, este legado de Trotsky en la situación presente. En primer lugar, porque estamos en una bisagra de la historia reciente. Es nuestra “transición”. Apenas “ayer”, en el inicio de los noventa y con el derrumbe de la URSS, el capital proclamaba a tambor batiente una suerte de venganza final contra los arrebatos revolucionarios de la clase obrera. La colonización capitalista de China, según aseguraba la burguesía, consagraba un nuevo siglo de supremacía capitalista.
Ironías de la historia: no había pasado una década cuando, en el propio sudeste asiático, el tsunami de una crisis mundial debutó en Tailandia y arrasó con los “tigres”, que se presentaban como testimonio de la siempre renovada capacidad modernizadora del capital. Fue en 1997, al año siguiente el huracán arrasó con la Rusia en restauración, cuando declaró la cesación de pagos y llevó a la quiebra a gigantes del capital financiero en Wall Street, que habían hecho su agosto con los burócratas y mafiosos reconvertidos. El derrumbe bursátil y la bancarrota se extendieron al territorio norteamericano con el estallido de las llamadas compañías tecnológicas y quiebras de corporaciones monopólicas emblemáticas como WordCom y Enron. Los vientos de la crisis entonces volvieron a tomar dirección al sur, esta vez en nuestro continente. Depredaron a Brasil y se llevaron puesto al gobierno de Fernando Henrique Cardoso, y soplaron con más fuerza en nuestro propio suelo. Es la historia conocida de la mayor depresión económica de la Argentina de todos los tiempos y su estallido final en el Argentinazo.
Ahora sabemos (¡pronosticamos!) que la “recuperación” de la economía global entre el 2002/3 y el 2007 estaba condenada a reventar en proporción a la mayor burbuja especulativa que la alimentó. Y reventó. De tal manera que tenemos una bancarrota sin precedentes que, en dos actos, se extiende desde hace más de quince años. La restauración que pretendía ser la locomotora inédita de una nueva época de ascenso, se revela ahora como una carpa de oxígeno para un enfermo terminal. ¡Cuántas palabras se han gastado para ignorar lo se puede plantear en una simple metáfora! Como un fenómeno de boomerang, pasamos ahora de la desintegración de las viejas economías estatizadas (como supuesto salvataje del capitalismo mundial y reversión de su larga declinación a lo largo de un cuarto de siglo, desde la crisis de los años setenta) a la desintegración de uno de los centros claves del capitalismo mundial, la Unión Europea.
Es la bisagra que invierte el signo de los acontecimientos de más de dos décadas y restituye el hilo de la historia, que incluso cuando parece doblarse, retorcerse y aún retroceder, no se dobla. Bisagras, virajes y transiciones. El tema ha sido examinado, otra vez, en el reciente Congreso del Partido Obrero, el cual ha trazado nuevas perspectivas -a partir de los virajes de la revolución árabe, el derrumbe político de los partidos tradicionales de Grecia y las movilizaciones crecientes en España- a lo que se suma la crisis política de conjunto en América Latina.
Desafìo
En este punto, vale la pena también volver a Trotsky cuando señalaba que la revolución socialista seguiría presente, más allá de los reflujos y las derrotas, en la inevitable tendencia a las crisis capitalistas y al “retroceso de las fuerzas productivas”. El viraje de la situación se expresa ahora, luego de una década y media de crisis mundial, en el quebrantamiento sin prisa y sin pausa de los regímenes políticos, desbordados por la bancarrota que no cesa, por huelgas y levantamientos populares -con epicentro en el viejo continente y en el mundo árabe- de un alcance que no tiene precedentes en nuestra historia reciente. Los desplazamientos políticos de las clases, la disolución de las formaciones políticas llamadas tradicionales, los cambios bruscos de frentes están a la orden del día.
En definitiva, la agenda política de la clase obrera, con todos los matices que distinguen a continentes y países, está definida por un período histórico de transición -de crisis económicas, políticas e internacionales, que plantean una nueva acción histórica independiente de las masas. La bancarrota del capital desarrolla un salto en calidad en el plano de la subjetividad política y de la conciencia de las masas. Lo vemos en Grecia (ver Grecia, o el enorme atraso… en páginas 14 y 15). La cuestión del viraje domina el momento político, así como la cuestión de la dirección política de las rebeliones populares. Es como resultado de esta caracterización que el Partido Obrero se convoca a sí mismo y a toda la izquierda revolucionaria -que proclama la lucha por la dictadura del proletariado- a desenvolver una orientación en consecuencia. La razón última del faccionalismo y de la autoproclamación, que sigue caracterizando a gran parte de la izquierda revolucionaria mundial, reside en una incomprensión fatal de la nueva transición histórica. Nuestra forma de rendir homenaje a Trotsky es recuperar uno de sus legados teórico-prácticos fundamentales: cómo construir una política revolucionaria en un período de transición.
Pablo Rieznik
La sustancia de tal pronóstico alude precisamente a un viraje de la historia contemporánea: “En un país económicamente atrasado -concluyó entonces Trotsky- el proletariado puede tomar el poder antes que un país donde el capitalismo esté desarrollado (…) La Revolución Rusa produce condiciones en las que el poder puede (…) pasar a manos del proletariado antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de mostrar plenamente su genio de estadistas”.
Un viraje y una nueva transición histórica. En 1848, en el momento de la publicación del Manifiesto, la luz de la revolución democrática burguesa, que había brillado en el París de 1789, tendía a apagarse por la aparición de la clase obrera, que la burguesía consideraba una amenaza peor que la del viejo orden. Por eso, el Manifiesto Comunista preveía que la “revolución alemana (…) será el preludio de la revolución proletaria”. En 1905, el papel del movimiento obrero en la revolución mostraba la consolidación de una nueva era, de otra transición, que ponía en el primer plano la revolución socialista.
Para ese entonces, el bolchevismo ya había dado a este viraje de la historia el sello de su propio programa, cuando Lenin señaló que “el capitalismo se transforma en imperialismo en un momento muy alto de su desarrollo, cuando sus características fundamentales alumbran la transición a un nuevo régimen social”. Otra vez: viraje y transición.
Estructura y coyuntura
Los virajes y las transiciones no dominan apenas del “tempo” de la historia, sino también el de la situación política y el de la evolución de la conciencia de las masas. Trotsky vio la capacidad de Lenin para apreciar este proceso, cuando aludió a su excepcional “golpe de vista político”. Es decir, su rigor para detectar lo esencial y lo accesorio de las manifestaciones diversas de la situación corriente, lo concreto como la “síntesis de múltiples determinaciones”. “Golpe de vista”, una suerte de intuición construida sobre la base de la experiencia y tenacidad revolucionaria para captar lo esencial de un panorama político. Una cuestión clave: la evolución de la conciencia de las masas que contribuye a precisar la línea de trabajo específica (táctica).
Ese “golpe de vista político” al servicio de la tarea de llevar a la clase obrera al poder es el que, en su testimonio biográfico (Mi Vida) Trotsky estima como una de las virtudes insuperables de Lenin. Una virtud que modeló al bolchevismo en la coyuntura decisiva de 1917 y en la guerra civil.
El propio Trotsky se esmeró en el desarrollo de este recurso virtuoso para caracterizar los virajes y transiciones que dominaron las convulsivas dos décadas posteriores a la toma del poder por los bolcheviques: las derrotas de la revolución alemana del 18 al 23, la huelga general inglesa del 26 y la revolución china del 27; la trágica derrota sin lucha del PC alemán y el ascenso nazi en Alemania; las vicisitudes de la revolución española y del levantamiento del proletariado francés poco después. Por último, pero decisivo, sus planteamientos políticos en el combate final por la IV Internacional, lo que Trotsky consideró la batalla más importante de su vida, la única en la cual consideró que su tarea era “imprescindible”. Otra transición, aún inacabada, por reconstituir la dirección revolucionaria del proletariado.
Hoy
No está mal recoger, desde el ángulo que aquí indicamos, este legado de Trotsky en la situación presente. En primer lugar, porque estamos en una bisagra de la historia reciente. Es nuestra “transición”. Apenas “ayer”, en el inicio de los noventa y con el derrumbe de la URSS, el capital proclamaba a tambor batiente una suerte de venganza final contra los arrebatos revolucionarios de la clase obrera. La colonización capitalista de China, según aseguraba la burguesía, consagraba un nuevo siglo de supremacía capitalista.
Ironías de la historia: no había pasado una década cuando, en el propio sudeste asiático, el tsunami de una crisis mundial debutó en Tailandia y arrasó con los “tigres”, que se presentaban como testimonio de la siempre renovada capacidad modernizadora del capital. Fue en 1997, al año siguiente el huracán arrasó con la Rusia en restauración, cuando declaró la cesación de pagos y llevó a la quiebra a gigantes del capital financiero en Wall Street, que habían hecho su agosto con los burócratas y mafiosos reconvertidos. El derrumbe bursátil y la bancarrota se extendieron al territorio norteamericano con el estallido de las llamadas compañías tecnológicas y quiebras de corporaciones monopólicas emblemáticas como WordCom y Enron. Los vientos de la crisis entonces volvieron a tomar dirección al sur, esta vez en nuestro continente. Depredaron a Brasil y se llevaron puesto al gobierno de Fernando Henrique Cardoso, y soplaron con más fuerza en nuestro propio suelo. Es la historia conocida de la mayor depresión económica de la Argentina de todos los tiempos y su estallido final en el Argentinazo.
Ahora sabemos (¡pronosticamos!) que la “recuperación” de la economía global entre el 2002/3 y el 2007 estaba condenada a reventar en proporción a la mayor burbuja especulativa que la alimentó. Y reventó. De tal manera que tenemos una bancarrota sin precedentes que, en dos actos, se extiende desde hace más de quince años. La restauración que pretendía ser la locomotora inédita de una nueva época de ascenso, se revela ahora como una carpa de oxígeno para un enfermo terminal. ¡Cuántas palabras se han gastado para ignorar lo se puede plantear en una simple metáfora! Como un fenómeno de boomerang, pasamos ahora de la desintegración de las viejas economías estatizadas (como supuesto salvataje del capitalismo mundial y reversión de su larga declinación a lo largo de un cuarto de siglo, desde la crisis de los años setenta) a la desintegración de uno de los centros claves del capitalismo mundial, la Unión Europea.
Es la bisagra que invierte el signo de los acontecimientos de más de dos décadas y restituye el hilo de la historia, que incluso cuando parece doblarse, retorcerse y aún retroceder, no se dobla. Bisagras, virajes y transiciones. El tema ha sido examinado, otra vez, en el reciente Congreso del Partido Obrero, el cual ha trazado nuevas perspectivas -a partir de los virajes de la revolución árabe, el derrumbe político de los partidos tradicionales de Grecia y las movilizaciones crecientes en España- a lo que se suma la crisis política de conjunto en América Latina.
Desafìo
En este punto, vale la pena también volver a Trotsky cuando señalaba que la revolución socialista seguiría presente, más allá de los reflujos y las derrotas, en la inevitable tendencia a las crisis capitalistas y al “retroceso de las fuerzas productivas”. El viraje de la situación se expresa ahora, luego de una década y media de crisis mundial, en el quebrantamiento sin prisa y sin pausa de los regímenes políticos, desbordados por la bancarrota que no cesa, por huelgas y levantamientos populares -con epicentro en el viejo continente y en el mundo árabe- de un alcance que no tiene precedentes en nuestra historia reciente. Los desplazamientos políticos de las clases, la disolución de las formaciones políticas llamadas tradicionales, los cambios bruscos de frentes están a la orden del día.
En definitiva, la agenda política de la clase obrera, con todos los matices que distinguen a continentes y países, está definida por un período histórico de transición -de crisis económicas, políticas e internacionales, que plantean una nueva acción histórica independiente de las masas. La bancarrota del capital desarrolla un salto en calidad en el plano de la subjetividad política y de la conciencia de las masas. Lo vemos en Grecia (ver Grecia, o el enorme atraso… en páginas 14 y 15). La cuestión del viraje domina el momento político, así como la cuestión de la dirección política de las rebeliones populares. Es como resultado de esta caracterización que el Partido Obrero se convoca a sí mismo y a toda la izquierda revolucionaria -que proclama la lucha por la dictadura del proletariado- a desenvolver una orientación en consecuencia. La razón última del faccionalismo y de la autoproclamación, que sigue caracterizando a gran parte de la izquierda revolucionaria mundial, reside en una incomprensión fatal de la nueva transición histórica. Nuestra forma de rendir homenaje a Trotsky es recuperar uno de sus legados teórico-prácticos fundamentales: cómo construir una política revolucionaria en un período de transición.
Pablo Rieznik