22 de noviembre de 2012

Lo que promete la formidable huelga nacional













El primer dato del paro fue su alcance como huelga general del conjunto del movimiento obrero, a pesar de haber sido convocada por una fracción de él. Más aún, fue un paro convocado contra las cúpulas de los gremios del transporte de pasajeros y de los grandes sindicatos industriales y del comercio del país. En ese cuadro, la colosal adhesión -del 100% en los sindicatos adheridos y muy importante en los que no lo hicieron- deja planteada una nueva etapa, en la vida de los sindicatos y en la situación política.

La huelga se destacó por parar los ferrocarriles -a excepción del Belgrano Norte- contra un Pedraza que alineó a la UF con Cristina; a varias líneas del subte, dejando a las restantes con servicios mínimos, ello frente a dos sindicatos que militaron intensamente contra el paro. La huelga paralizó también a diez líneas de colectivos de Ecotrans, a la UTA Córdoba y a los choferes mendocinos contra la burocracia de Roberto Fernández. Fue maciza en el cordón industrial de Rosario y muy importante en la docencia de casi todo el país, contra un Yasky que llamó a carnerear.

El trabajo de la izquierda y del clasismo en los sindicatos excedió largamente su presencia masiva y militante en decenas de piquetes de todo el país. La izquierda fue clave en la batalla política del subte y en los ferrocarriles, así como en las líneas de transporte. Se pararon las principales plantas gráficas, donde la Naranja preparó la medida en un asado de 130 activistas el sábado anterior. Esa labor también fue decisiva en fábricas del Smata (véase Honda Guerrero, pág. 10) y en decenas de metalúrgicas. AGD-UBA paró la universidad contra todo el sindicalismo pro kirchnerista. El Sitraic les paró las obras de la zona sur a la patronal y a Gerardo Martínez. La Coordinadora Sindical Clasista y el PO desarrollaron una agitación fabril y un trabajo de asambleas y organización desde el mismo 10 de octubre, cuando Micheli anunció en la Plaza de Mayo la voluntad de hacer un paro nacional. No esperamos la fecha, innecesariamente dilatada, para realizar un gran trabajo que dio formidables frutos.

Desde luego, el paro de señaleros fue clave en los ferrocarriles. Pero sólo sirvió de excusa para facilitar la adhesión del resto de los trabajadores. En centenares de fábricas, los trabajadores se complotaron para el faltazo masivo el día previo, en forma solapada, sorteando a la patronal y a su burocracia sindical, pero de manera colectiva. En el marco de un gran ausentismo y de marcada bronca obrera por el impuesto al salario, Ford y VW interrumpieron la producción por “falta de insumos”. Cables Lear del Smata Tigre, paró en un 80% contra Pignanelli. En camioneros, pararon sectores precarios y tercerizados por primera vez en estos diez años.

El protagonismo de los piquetes sirvió para darle un carácter activo al paro, después de la negativa de Moyano a movilizar a la Plaza de Mayo. Los piquetes expresaron la militancia sindical, expusieron las reivindicaciones del paro ante el conjunto del país y le dieron cohesión a la clase obrera, frente al poder patronal que se desplegó con toda su fuerza contra el paro. El gabinete nacional no se ahorró ataques por “extorsión” y “aprietes” a la gran huelga. Pero se cuidó de ocultar las brutales intimidaciones de las patronales y del propio Estado contra los trabajadores que querían parar, a través de amenazas de sanciones, descuentos de premios y otras represalias. El paro, sin embargo, no dependió de los piquetes: cuando éstos se constituyeron, el país ya estaba parado. La adhesión a la huelga nació de las entrañas del movimiento obrero. Los sectores que trabajaron lo hicieron bajo el peso de la burocracia sindical oficial, y de ningún modo por la voluntad de la base obrera.

Una quiebra en los sindicatos

El paro dejó planteada una quiebra política y sindical de los aparatos que fueron desbordados por sus bases y, en especial, de aquellos que militan en las “izquierdas” kirchneristas, como los de Yasky y Pianelli. El paro reforzó la organización clasista del movimiento obrero y socavó las bases de toda la burocracia sindical. Incluso en los pesados aparatos de la CGT Moyano o la barrionuevista, el activo más combativo y clasista tomó en sus manos la tarea de asambleas, por caso en técnicos aeronáuticos, plásticos, papeleros o perfumistas.

Más allá del protagonismo de la CTA Micheli, la central no pudo parar los dos gremios industriales donde tiene influencia: la seccional San Fernando del Neumático y la UOM de Villa Constitución. Ello plantea un debate y un balance político, al igual que, por el lado de la izquierda, el caso de Kraft, que no paró.

Ruptura de la clase obrera con el gobierno

El contundente paro nacional plantea una ruptura política de la clase obrera con el gobierno kirchnerista. Un gobierno que pretendió tener a la CGT como su columna vertebral ha sufrido una masiva huelga nacional. Después del 8N y el 20N, se ha quebrado definitivamente el carácter de gobierno plebiscitario en el que Cristina basa su régimen de poder personal.

Se trató de una gran huelga política, como todo paro nacional. Pasó por encima de las enormes diferencias interiores de la clase obrera, desde los que se movilizan por el impuesto a las ganancias, pasando por los que dependen de un salario familiar para subsistir o los jubilados, hasta los flamantes desocupados por el parate industrial o de la construcción. Estas reivindicaciones de la huelga, como el rechazo a la ley de ART o a la desvalorización de los convenios y jubilaciones como consecuencia de la inflación, son incompatibles con la política del gobierno. Los reclamos del paro chocan con la devaluación en marcha, los ajustes provinciales del gasto educativo, sanitario y social y los impuestazos. La clase obrera ha cuestionado una orientación social destinada a sostener la deuda pública usuraria y rescatar el régimen de privatizaciones a costa de los que trabajan. Lo mismo vale para la confiscación de la obras sociales, provenientes de los aportes obreros.

La tendencia a la huelga general que caracterizamos en la Conferencia Sindical convocada por el PO en abril se manifestó este 20 de noviembre. Su realización cambia el escenario, incluso posterior al 8N, porque coloca los reclamos de la clase obrera en la primera plana de la crisis nacional, y plantea la oportunidad de encolumnar tras ellos al descontento de otras clases populares. Esto va de punta con la demagogia de la oposición tradicional, que salió a “comprender los reclamos” pero dejó ver, al mismo tiempo, su rechazo visceral a la huelga y a los piquetes. Los Macri, Binner, De Narváez o De la Sota, ni hablar de la Mesa de Enlace, propugnan como salida una devaluación, el “sinceramiento” de tarifas e impuestazos que ya pusieron en marcha en sus provincias.

Se han acelerado las condiciones para luchar por la fusión del movimiento obrero y la izquierda revolucionaria, tal como lo planteamos en nuestro XXI Congreso en julio. Tenemos por delante una gran tarea en dos sentidos: la continuidad de un plan de lucha que ya empezó a tomar la forma de un paro activo de 36 horas, por un lado. Por el otro, desarrollar la alternativa política obrera y socialista a la presente crisis, para que el agotamiento evidente del kirchnerismo pueda desembocar en una salida propia de los trabajadores. Un colosal terreno preparatorio de esa lucha serán las elecciones de 2013, donde se van a delinear los bloques políticos que van a disputar el desenlace de esta nueva etapa política.

Néstor Pitrola