El “sottogoverno” en la Argentina es cada vez más visible
La frase del título es de un ex fiscal de Santa Cruz, Andrés Vivanco, quien recibió las primeras denuncias contra Lázaro Báez, cuando éste aún era, apenas, un gerente del Banco de Santa Cruz. El asunto tiene su interés, porque permite develar parte de la historia de un entretejido mafioso, vinculado íntimamente con el poder del Estado, que comenzó cuando Néstor Kirchner asumió la gobernación santacruceña en 1991 -o quizás antes, en 1987, cuando NK fue electo intendente de Río Gallegos.
“Báez no es un empresario -dice Vivanco-, en realidad nunca tuvo nada y lo que tiene no es de él”. Cuando, alguna vez, alguien escriba la novela argentina sobre la corrupción política, encontrará seguramente un título obvio: “El testaferro”.
Cuando Kirchner llegó a la intendencia de Gallegos, Báez era empleado en el banco provincial y tenía un Falcon modelo 72. Nadie sospecharía entonces que llegaría a ser “propietario” de 423 mil hectáreas de campo (la Ciudad de Buenos Aires tiene 20 mil, para dar una idea de la magnitud de la cosa), de una línea aérea, de medios de comunicación y de una cantidad de empresas de cuyo número ya se ha perdido la cuenta, además de una colección imponente de coches de alta gama, muy lejos de aquel Falcon 72.
En ese camino al éxito -y eso es lo más importante del asunto- hay un saqueo social, un asalto impúdico a las arcas del Estado y a los dineros públicos.
Banco robado
Báez empezó a salir de pobre con el robo al Banco de Santa Cruz (para decirlo con más claridad: no le robaron al banco, sencillamente se robaron el banco completo). En ese caso, también fue un testaferro, un partícipe secundario en la banda de asaltantes.
En principio -y de ahí viene aquella primera denuncia contra él, que recibió Vivanco-, Báez (quien ya era gerente) otorgaba créditos sin cumplir con los requisitos exigidos por el banco para conceder préstamos y esos créditos se transformaban en autorizaciones para girar en descubierto por montos millonarios.
¿Lázaro estafaba al banco por su exclusiva cuenta? De ninguna manera: “La gente iba a hablar con Kirchner -explica el ex fiscal- y él le daba la orden directa a Lázaro para que otorgara los beneficios”. Cuando, producto de esos manejos, el banco se fundió y la quiebra permitió conocer la lista de deudores, se supo que la empresa más endeudada era una constructora, Gotti Hermanos ¿Quién se quedó con ella? Lázaro, por supuesto. Cuando sobrevino el escándalo, el ex propietario de aquella empresa, Vittorio Gotti, se sintió estafado y amenazó con develar la trama de los préstamos y los manejos no santos del banco, pero el hombre tuvo la gentileza de matarse en un accidente de auto en 2004, de modo que no develó nada.
Finalmente, muy cómodo con los aires menemistas de entonces, el gobernador Kirchner decidió privatizar el Banco de Santa Cruz. Lo compró… ¡Sí! ¡El grupo Eskenazi! Amigo de sus amigos era “él”… Ahora bien, ¿Eskenazi compró un banco quebrado? Claro que no, no se le hace eso a un amigo. El magnate petrolero recibió un banco saneado, libre de deudas. De la cartera de créditos incobrables se hizo cargo la provincia, como conviene y corresponde, mediante la creación de un “banco residual”.
Después de aquel negocio, Báez empezó a crear empresas que se presentaban a todas las licitaciones de obra pública y, por supuesto, las ganaba todas. Es decir, las ganaba Kirchner, porque “Lázaro es Néstor”.
El sottogoverno
Hans Magnus Enzensberger, en su libro Política y delito, dice: “La palabra sottogoverno (…) significa tanto como ‘el gobierno detrás del gobierno’; o sea, un gobierno contra el pueblo, un gobierno invisible, una especie de mafia legalizada, una parodia macabra de un Estado que sólo es órgano ejecutivo de gentes que se esconden en la penumbra”.
Empresas públicas vaciadas y saqueadas, privatizaciones fraudulentas, empresas falsas que se crean sólo para ganar licitaciones, testaferros de gobernantes que se vuelven multimillonarios y mucho más. Todo eso no habla de manzanas podridas, sino de la corrupción orgánica inherente al Estado capitalista.
Es más: las denuncias contra la corrupción de la banda K ni siquiera tienen mucho de novedoso. Son los tiempos de crisis los que vuelven al sottogoverno más visible cada vez. Por eso queda doblemente en ridículo Carta Abierta, cuando pone a Walter Benjamin, Antonio Gramsci y Michel Foucault a defender a Lázaro Báez.
A. Guerrero