24 de septiembre de 2009

Los binomios presidenciales son nidos de ratas

El sábado pasado, Clarín publicó una columna muy interesante pero por sobre todo curiosa, que firma Alberto Ferrari Etcheberry. Aunque el autor es más conocido por sus investigaciones agrarias y por sus denuncias acerca del diferencial que acaparan las exportadoras de cereales en los precios que se pagan entre el despacho de los granos y su embarque, la nota mencionada incursiona en el papel de primer orden que han tenido los Vicepresidentes en la historia de Argentina. La curiosidad es que Ferrari logra convencer hasta al más incrédulo de sus lectores de lo contrario de lo que pretende probar. No solamente que los Vices han jugado un invariable rol conspirativo en la política nacional, o sea un rol ‘destituyente’, ¡sino que lo mismo han hecho los propios Presidentes! (Ver Charlas de Café, Prensa Obrera, 17/9).

De todos los fragotes vicepresidenciales contra sus cabezas de lista, algunos de los que menciona Ferrari son apasionantes. Tenemos el caso de Carlos Pellegrini, que no habría podido sofocar la Revolución del 90 si no hubiera asumido él los objetivos de aquélla mediante el derrocamiento del presidente Juárez Celman. El ‘tano’ fue una suerte de sucesor duhaldista de De la Rúa, le evitó a la oligarquía el ‘costo’ de una revolución, la sacó de una convertibilidad de hecho y le licuó las deudas que había contraído. Pellegrini volteó al Presidente sin necesidad de salirse de la Constitución, como lo intentaron los amotinados (Alem, Irigoyen, Justo).

Unos de los avatares más instructivos fue el de la fórmula Ortiz-Castillo (1938), el primero pro-yanqui, el segundo pro-inglés. La asunción de Castillo ante la enfermedad de Ortiz cambió la orientación del gobierno. Pero Castillo tampoco sobrevivió, porque lo derrocaron cuando el partido conservador designó candidato a Presidente a Patrón Costas. Lo volteó el golpe del 43.

Otro caso apasionante, que no suscita sin embargo el interés que merece, fue el de Alberto Teisaire, a quien Perón hizo elegir como Vice, en comicios especiales, en 1954, luego de la muerte del vicepresidente Quijano. Perón no estaba obligado a convocar a esas elecciones. Lo hizo porque Teisaire era un hombre de la Marina y Perón lo puso en ese lugar para apaciguar a los futuros golpistas; la apuesta le duró un año. Como se ve, la fórmula presidencial es un nido de ratas.

El caso de Isabel Perón fue el más dramático, porque ella misma era la sucesora de un Presidente y el que la sucediera a ella hubiera debido convocar a elecciones. El candidato para ello era Luder, presidente del Senado, y quienes reclamaban que ocupara el puesto alegaban que eso evitaría un golpe. Falso: en realidad, hubiera representado el fin del gobierno peronista y la inevitablidad del golpe. Que Luder llamara a elecciones era imposible; Isabel fue derrocada, precisamente, después de que adelantó en un año el llamado a elecciones.

Ferrari acude, para defender las andanzas ‘creativas’ de Cobos, al ejemplo del norteamericano Cheney – una suerte de conspirador universal, incluso contra su presidente, Bush; a Cheney, hombre de la petrolera Halliburton y del servicio de seguridad Blackwater, se le atribuyen todos los horrores de la “guerra global contra el terrorismo”.

Hubieron dos presidentes que se sacaron de encima a sus vices: Frondizi y De la Rúa, para evitar que los madrugaran. No les sirvió de mucho, pues ambos terminaron derrocados.

¿Qué prueba todo esto? Que el macaneo constitucional no conduce a nada; la burguesía se vale de la Constitución para inspirarles un respeto sacrosanto a los escolares y a los tilingos, pero ella misma la usa de felpudo. A los K les importan un bledo las andanzas de Cobos; les vienen como un anillo al dedo para reivindicar su condición de nacionales y populares mientras defienden a Telecom, a las mineras, a las petroleras, a los banqueros y al FMI. Cobos ya ha demostrado que es incapaz de unir a los opositores y que él mismo es un cero a la izquierda. La condición ‘destituyente’ de Cobos la proclaman los alcahuetes que dicen que buscan devolverle la dignidad a la palabra.

J.A.