2 de febrero de 2012

EL DOBLE DISCURSO

Este artículo apareció publicado en el diario La Nación, el pasado lunes 30, bajo el título “La crítica inútil del doble discurso”. Sirve para destacar la posición de la izquierda en una polémica que ha ganado un espacio considerable en los medios de comunicación que tienen mayor alcance. Lo presentamos al lector en la versión original enviada al diario (que se aprecian en negrita), dado que refuerzan varios de los planteos más relevantes.

Parafraseando a un filósofo francés, el doble discurso es el más común de los discursos. La palabra sola no puede reconciliar la separación objetiva entre el sujeto y el objeto, y la no identidad entre el pensamiento y la realidad que este pensamiento busca aprehender. Esto sólo puede hacerlo  la práctica social, la unión de la teoría con la acción. La verdad de cualquier proposición, ha dicho un crítico de la filosofía, debe ser determinada por la práctica- el resto es especulación. No es casual, entonces, que incurra en esa duplicidad la asociación de intelectuales del oficialismo que, en 2008, se propuso una reapropiación del lenguaje en oposición a la corporación mediática a la que hasta entonces el gobierno había apoyado bajo el eufemismo del incentivo a las industrias culturales. No hay nada de malo en ser un oligarca, decía una declaración de ese agrupamiento en oportunidad del conflicto por las retenciones a la soja, lo cuestionable es que no se lo nomine como tal. Esta afirmación unívoca tipifica al discurso doble, porque le da carta de ciudadanía a la oligarquía que dice criticar; canjea la descalificación social por un reconocimiento de sus derechos adquiridos. En la onceava edición,  Carta Abierta denuncia la expansión sojera bajo el período actual de gobierno como un ‘remake’ de la ´conquista del desierto´, pero la abstrae de la política oficial, que ha reforzado el avance de los monopolios agrarios.  La undécima carta destaca el nivel record de ganancias empresarias, pero niega  con énfasis que Argentina se encuentre gobernada por las corporaciones capitalistas. La militancia es reivindicada como concepto o postura, en forma discursiva, no por las transformaciones sociales que toda militancia real comporta. El pensamiento que se reproduce por sí mismo, sin la mediación de la experiencia social, puede acabar en el delirio; lo demuestra nuevamente ese grupo cuando perora sobre el paradigma de la igualdad en tiempos de derrumbe capitalista y ajustes nacionales y populares.

                Los discursos, por definición, están blindados. Acomodan las premisas a las conclusiones. Esto los distingue de la crítica. El emprendimiento oficial Carta Abierta ha llegado a señalar injusticias sociales con más obstinación que cualquiera de sus críticos, pero se escuda en que lo hace desde el campo nacional y popular. Este recurso le sirve para asegurar que opera desde el único lugar en que esas afrentas pueden ser superadas, en tanto que acusa a sus detractores de hacerlo desde espacios que buscan perpetuarlas. Adjudica al espacio nacional y popular una plasticidad que no tiene continente, que oscila desde decretar el aniquilamiento de sus enemigos, como en el 73/75; adoptar el gorilismo neoliberal en la década del 90; o renacer como ave fénix en los tiempos presentes  siempre con el mismo personal. En todo esto no hay nada nuevo; esta plasticidad ha sido predicada por los movimientos policlasistas desde el principio de los tiempos. Pero esos movimientos, incluso los más amorfos, tienen una estructura y una estratificación. No tiene el mismo poder el jefe o la jefa, en especial cuando puede gobernar por decreto, que el desocupado de La Matanza; el gobernador que los campesinos Qom; los burócratas sindicales, con sus patotas y el apoyo del Estado, que las bases obreras. Tampoco ocupan el mismo lugar, en esa jerarquía, el capitalista que el obrero de la industria, los pools de siembra que los campesinos que son despojados de sus tierras, o los gobernadores de provincias  y los bosques glaciares de estas provincias. No pueden ir en cualquier dirección. En los momentos decisivos, deciden los primeros y pagan las consecuencias los segundos. No es casual que, en estas condiciones, el gobierno inaugurado en 2003 haya evolucionado hacia un forzado régimen de arbitraje personal, un bonapartismo tardío, luego de haber intentado formar un conglomerado de centroizquierda, primero, una coalición plural, más tarde, y un ‘revival’ del peronismo después, para, al final, anunciar el alumbramiento de una nueva criatura.

                Se desprende de todo esto la inutilidad de la crítica que toma como su objeto el discurso y no los intereses sociales y los métodos de dominación que defiende ese discurso. Esa duplicidad, que  enmascara contradicciones reales insalvables y que será aniquilada con el estallido de esas contradicciones, no puede ser superada por otro discurso.  Es precisamente esto, sin embargo, lo que hace un agrupamiento reciente, Plataforma 2012, que confronta al embellecido discurso de la intelectualidad oficial con una enumeración limitada de las lacras sociales reales del oficialismo, pero no expone los intereses sociales  y las contradicciones sociales que explican ese doble discurso oficial y esas lacras.  Asimismo, al omitir las lacras de la llamada oposición, funciona como el doble discurso de ésta. No denuncia que la racionalidad que reclama esa oposición se resume en bajar los derechos de exportación,  reanudar el endeudamiento internacional y congelar los salarios en nombre del combate a la inflación, o sea que es una (i)racionalidad capitalista a igual título que la oficial.  En síntesis, señalar que la realidad no coincide con el relato oficial, no modifica la realidad, no inaugura una práctica que pueda superarla, opone un relato a otro relato. Plataforma 2012, por otra parte, se encuentra perfectamente advertida de que el modelo oficial se encuentra en crisis y de que Argentina asiste a una reconfiguración política general, tanto en el oficialismo como en la oposición. Su pronunciamiento, sin embargo, hace abstracción de esta crisis y de estos realineamientos, o sea que opera en el limbo o en el vacío. Ese sello oportunista puede servir a cualquier operación política y reserva para el nuevo bloque la fugacidad.

                En el discurso (doble) de ambos campos, se encuentra ausente la categoría histórica por excelencia de la actualidad: la bancarrota del capitalismo, y su correlato nacional – el ajuste.  ‘Pensar’ la historia presente haciendo abstracción de esta categoría es un fraude ideológico. Esta bancarrota está arrasando con todas estructuras sociales y políticas existentes, y provoca una ola de movilizaciones y sublevaciones populares en la mayor parte del mundo. La lucha contra el ajuste,  el cual no es otra cosa que la versión local de los planes que los bancos imponen en todo el mundo, plantea objetivamente un cuestionamiento del régimen social presente. Es un cuestionamiento anti-capitalista.  La realidad de la crisis capitalista no reclama otro discurso ni un enésimo relato, sino un programa de acción.  Ha sido precisamente este el punto de partida de otro agrupamiento, formado a principios del año pasado, la Asamblea de Intelectuales, Docentes y Artistas de apoyo al Frente de Izquierda, que toma partido y  une las ideas y las palabras a la acción.

 
Por Jorge Altamira (*)

(*) Dirigente del Partido Obrero. Fue candidato a presidente del Frente de Izquierda y de los Trabajadores.