Señora: yo soy docente. No trabajo cuatro horas diarias porque no me alcanza. Tengo 30 módulos y necesitaría algunos más para poder tener una mínima capacidad de ahorro porque estoy al día. Le cuento que me llamo Silvina Faure, trabajo en colegios de gestión privada y estatal, en primaria y en secundaria. Es muy raro que falte a mi trabajo y me desempeño con toda la idoneidad de la que soy capaz. Me gustaría trabajar menos módulos para poder brindarles más a mis alumnos, pero soy sostén de mi casa y no puedo hacerlo. Cuando llego del trabajo corrijo, planifico clases, busco material y elaboro material propio. También hago cursos de perfeccionamiento, asisto a conferencias de desarrollo profesional y hasta asisto a webinars desde mi casa, como una manera de estar actualizada. También llego a tener hasta 50 cuadernitos de compensación preventiva para trabajar de manera más personalizada con aquellos alumnos a los que mi materia les resulta más difícil, para apoyarlos y que ganen confianza. Esto lo hago desde el inicio de clases, no espero a fin de año como sugiere la reglamentación porque considero que tres meses es poco tiempo para revertir una situación poco favorable. Corregir estos cuadernos y buscar actividades acordes a lo que cada uno de mis alumnos necesita se suma a las tareas que desarrollo en mi casa. Mi ciclo lectivo suele terminar entre navidad y año nuevo, por lo que no entiendo de dónde saca usted que gozo de tres meses de vacaciones. Tengo estabilidad laboral, es cierto, pero eso no es algo que deba agradecerle a usted, sino a la lucha de todos mis colegas a través de los años. Además de enseñar, entre mis funciones se encuentran la de hablar con las familias. Generalmente, mis recreos son invertidos en esta tarea, por lo que se me dificulta hasta ir al baño. Para qué decirle que hablar con las familias no siempre es ameno y distendido. También debo atender a los pedidos administrativos que me llegan de mis superiores, planificaciones, informes, grillas varias, etc. He tenido esbozos nodulares y un hiato longitudinal, producto de 17 años de labor ininterrumpida en aulas no apropiadas, muchas veces separadas por tabiques de madera, que me obligan a gritar por sobre el bullicio de las aulas aledañas. A cuatro días del inicio del ciclo lectivo 2012 ya llevo gastados 150 pesos en material didáctico que necesito para preparar mis clases. La suma asignada para este fin es ridículamente escasa. Pero no me quejo, encuentro sumo placer en tratar de armar una clase atractiva porque ésta es mi vocación y me hace feliz. No pretendo que me lo pague, pero tampoco diga que me lo paga usted porque no es así. Antes de ser profesora, me desempeñaba como empleada administrativa en un municipio y, si bien trabajaba ocho horas, paraba para ir al baño, podía tomarme algún café y cuando llegaba a mi casa el trabajo ya no existía para mí. Que nadie infiera que en mi visión los empleados administrativos la tienen fácil. Simplemente digo que la docencia ha sido para mí mucho más exigente en lo que se refiere al tiempo invertido.
No voy a tildarla de ignorante, porque yo sé que ni usted se cree la burrada que expresó. Lo suyo es arengar a las masas -muchas veces poco criteriosas- y lo que está tramando es más perverso que la simple ignorancia: está tratando de poner al pueblo en contra de sus docentes. Con gobernantes como usted no me sorprendería que aumentaran los casos de violencia hacia los docentes. Usted se llena la boca hablando de "trabajo registrado", pero a mí el Estado me paga un básico miserable y la mayor parte de mi sueldo consiste en sumas no remunerativas (en negro), por lo cual intuyo que no podré jubilarme, salvo que me consiga un señor con dinero, pero ni para el botox me alcanza. Podrá repartir netbooks, pero las aulas de secundaria dan asco, con las paredes totalmente sucias, las mesas rotas y arqueadas, las sillas sin respaldo y con los asientos sueltos, los pizarrones inexistentes (muchas veces pintados en la pared) que no pueden borrarse correctamente y dejan todo sucio, las puertas que no cierran y las ventanas que no abren. No es un entorno que favorezca la concentración ni el desarrollo de hábitos de orden y estudio. La educación pública ha sido devastada (y no desbastada, como a usted le gusta decir). Reconozco que este proceso lleva muchos años, no es responsabilidad única de su gestión ni de la de su difunto esposo, pero hasta los alumnos reconocen que arreglar las instalaciones de la escuela debería ser una prioridad.
Qué bajo ha caído señora, podrá hablar muy bonito, se le podrá quebrar la voz de la emoción y podrá hacer saltar de la butaca a sus seguidores para aplaudirla de pie, pero a mí no me engaña. Sus palabras reflejan el lugar que usted le da a la educación.
Silvina Faure