Las versiones de un desplazamiento de Moyano de la CGT tienen su fundamento en un dato elemental: el respaldo plebiscitario recargado del domingo pasado es incompatible con el margen de autonomía que pretende reservar para sí la burocracia sindical que ha oficiado de ladera del kirchnerismo desde 2003 en adelante. El conflicto se hizo público en pleno romance, cuando en la cancha de River, el 15 de octubre del año pasado, la Presidenta había predicado la conciliación entre los rivales de los ‘70, que ella depositaba caprichosamente en la Juventud Sindical y en La Cámpora. En el curso del mismo acto, sin embargo, no pudieron evitar una colisión, cuando CFK le tuvo que recordar a Moyano que Argentina ya tenía “una Presidenta de los trabajadores”. Poco días después, ese choque se formalizó con Néstor Kirchner, en una conversación telefónica sobre el asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra. La ‘reconciliación’ que se buscó en River duró menos que un suspiro: el bonapartismo es alérgico a cualquier forma de autonomía. Ahora, con la agudización espectacular de la bancarrota capitalista, los márgenes se arrugan todavía más, porque no hay ya más lugar para los llamados ‘gastos inflacionarios’ y las disparidades entre las paritarias y la orden oficial sobre salarios. Cuando el Consejo del Salario ‘discutió’ el salario mínimo, lo que obtuvo fue una cifra inamovible dictada por la Presidenta ‘in corpore’. Y cuando hubo que digitar las listas para las elecciones, los espadachines de Moyano quedaron afuera de las candidaturas elegibles. Ahora, le avisan a Hugo que es necesario dar el argentinísimo ‘paso al costado’.
Poco margen, pocas cartas
El desarrollo ulterior de la crisis ha demostrado, sin embargo, que la capitana del barco no maneja todas las cartas del juego. CFK había creído encontrar el recambio en la persona de Gerardo Martínez, el obrero constructor que nunca levantó un ladrillo, hasta que una mano avisada descubrió tardíamente que Martínez había operado como un infiltrado del Batallón 601 en los sindicatos. Desde entonces comenzaron las versiones que ubicaban a su candidato a agente en la CGT en Caló, de la UOM; ahora se habla de un plástico cristinizado y hasta de uno del Smata, que opera contra los trabajadores en una de las industrias preferidas del kirchnerismo -siempre para esquivar el abrazo de los ‘gordos’.
La crisis capitalista y el agotamiento de las cajas kirchneristas refuerzan las necesidades de regimentación de los sindicatos oficiales por parte del oficialismo. Hay que neutralizar la presión sindical que viene desde abajo -es la orden que viene de arriba. Es así que el gobierno se mantuvo en sus trece en relación al aumento del mínimo no imponible e incluso en las asignaciones familiares, que no fueron modificadas como pedían los sindicatos. No se volvió a hablar de repartir ganancias, pero sí de estatizar las obras sociales -para financiar el pago de la deuda pública y evitar el pago de una fuerte deuda con los sindicatos por los tratamientos complejos. Es claro que CFK no va a encontrar a ningún burócrata para acompañarla en la confiscación de las obras sindicales. Se desconoce el ‘plan B’ del gobierno luego del ‘affaire’ Martinez, pero notoriamente el plebiscito del domingo no ha superado el impasse. Este bloqueo le niega a la Presidenta la posibilidad de armar un Consejo Económico Social que rubrique las decisiones que ella adopte por su cuenta, y que ahora se ha convertido en una propuesta de Binner-Lozano ya conversada con Moyano. El planteo ‘progresista’ equivale a un ofrecimiento de ingreso al gobierno, que nadie les ha requerido. Un adelanto de pago de este entendimiento podría ofrecerlo Binner con el voto favorable de su bloque al Presupuesto 2012.
Todos con el tope
El gobierno (y Binner) han introducido la necesidad de establecer topes salariales decrecientes en relación a la inflación -aunque el cristinismo puro sigue batiendo el parche de que la inflación no importa si los salarios la emparejan. La AEA y la UIA promueven un “diálogo social” para imponer esta línea. El gobierno que fracasó en imponer un tope al precio interno de la soja (resolución 125), tiene el apoyo de sus rivales de entonces para implantarlo contra los salarios. La advertencia de Facundo Moyano, de que “si hay tope que se suspendan las paritarias y la Presidenta lo fije por decreto”, puede llegar a transformarse en un pronóstico perfecto, que llevaría a la experiencia bonapartista a su punto final.
Moyano intenta detener la sangría -saltaron el charco UTA, Smata, Ferroviarios y Fraternidad, y hasta Viviani coquetea con los “destituyentes”- atrayendo a algunos gremios como textiles o plásticos. Para este salvataje, Moyano no le hace asco a nada: el organizador de una reunión moyanista en un barco del Somu fue el petrolero Pereyra, ex ministro de Sobisch -o sea agente supremo de las petroleras (no de los petroleros). Otro con el que coquetea el camionero es Venegas, el empleado de la Sociedad Rural.
La bravata de Moyano y la organización independiente
Frente a la presión trituradora del bonapartismo, Moyano ha comenzado a fantasear con un clásico: un partido de trabajadores de la burocracia sindical. Ya lo había esgrimido el gran mentor Augusto Vandor, en 1965, pero el asunto terminó con un apretón de mano a Onganía. Moyano, a la defensiva, no tiene cómo concretar este planteo desde arriba; es una bravuconada académica, generada en sus conversaciones en universidades privadas. La burocracia solamente intentaría semejante iniciativa en la fase de disgregación del bonapartismo tardío de CFK y de una intensa agitación de masas, no con propósitos de movilización sino para golpear a esta movilización desde adentro. Por eso, lo fundamental en este momento no es contraponer a la victoria del gobierno nuevas luchas (que son inevitables), sino preparar el terreno político para su desarrollo mediante una agitación socialista y una organización independiente que debe encarar el Frente de Izquierda.
En oposición a la capitulación de la burocracia de la CGT ante las presiones del bonapartismo K, abramos una campaña por el doble aguinaldo, ante el recrudecimiento de la inflación; por la prohibición de suspensiones y despidos y el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario; y por la defensa de las paritarias y contra la tercerización y precarización laboral, por la vigencia del mejor convenio.
Desprocesamiento de Sobrero y de todos los compañeros, y libertad al petrolero Oñate.
Néstor Pitrola