Un mundo capitalista es un mundo esclavizado, con todo lo que eso conlleva, desde la precarización hasta la miseria y deshumanización, y no digo pobreza, sino miseria, la de verdad, la que revuelve la tripa, la que ya conocemos. Miseria no es sólo el hambre, es también la humillación y resignación. Cuando se llega a este punto, las palabras quedan cortas, ni la más exquisita amplitud verbal podría redactar un escrito que pudiera llegar a las venas de los deshumanizados que se benefician por esto. Sólo queda hacer, actuar, comprometerse, sentir, ser humano. Mariano hizo, actuó, se comprometió, sintió y, sobre todo, fue humano, fue muy humano, más allá del color de su bandera. Y lo hizo bien el pibe. Porque cada volante que repartía iba acompañado de un pedazo de él, de su sonrisa, su vitalidad, su convicción, de esas ganas de tirar para delante. Y el dolor es demasiado grande, como también la impotencia de lo absurdo de que todo esto sea real. Era grande Mariano, tanto que se fue dejándonos algo tan sensible como la inmortalidad de su juventud, contagiándonos de ella, para hacernos a todos jóvenes con él. Para que cada vez que el pueblo salga a la calle todos seamos Mariano, con esa ilusión aguerrida, con la sangre hirviendo exigiendo y trabajando por una justicia clara y limpia, sin el polvo de los vicios de un pasado.
Hacer justicia nos compete a todos, somos parte de esa labor.
Comprender que la unidad, el acompañamiento, el acercarnos, el apoyo mutuo son la base que sostendrá el arduo trabajo que tenemos por delante.
Con estas palabras, expresar un cálido agradecimiento, que nuestro estandarte sea sólo uno, el de la lucha porque se haga justicia.
Sinceramente, gracias por el apoyo.
La familia de Mariano