Los informes coinciden: “La industria está en recesión, y su punto de quiebre fue en septiembre de 2011″ (Cronista, 12/3). Hay una ‘desaceleración’ en las ventas del comercio minorista, de supermercados y en los shopping. El índice de demanda laboral de la Universidad Di Tella registró “un rotundo frenazo” en los primeros meses del año (ídem).
Las fuentes oficiales no discrepan: el Banco Central apunta a una caída del 5 por ciento en la inversión fija del último trimestre de 2011. Anuncia declinaciones más pronunciadas, a partir de las restricciones a la importación y el menor nivel de actividad de la construcción.
La recesión es adjudicada a la desaceleración de Brasil, cuyo producto creció, en 2011, un 2,7 por ciento, en contraste con el aumento previo del 7,5 por ciento. El impacto sobre las exportaciones de Argentina, en particular de autos, es fulminante. Por otro lado, afecta el aumento de la tasa de interés, que ha tirado abajo “el ánimo de compra de bienes durables” (La Nación, 4/3). Las restricciones a las importaciones han producido escasez de insumos y equipos.
Otro aspecto recesivo es la sobre valuación del peso. Ya hay reclamos, nada menos que de la rama sojera, cuyos costos de producción van aumentando en dólares. O sea que se incrementa la presión para una devaluación. El gobierno se resiste a algo semejante, porque dispararía una hiperinflación. Paradójicamente, intentará sortear el impasse mediante mayores subsidios, los que saldrán de los fondos que quedarán habilitados por la reforma del Banco Central.
La ‘sintonía fina’ puede acabar con un estruendo.
M. R.