En la campaña electoral reciente se habló mucho de ‘milagros’, en especial del que le permitió al Frente de Izquierda cruzar las primarias. Lograr ese ‘milagro’ entusiasmó a un número multitudinario de jóvenes. En un sector de la izquierda, que no conoce la advertencia de Goethe de no ensombrecer la teoría frente al verdor del árbol de la vida, hubo desprecio. En su novela, “El Museo de la Revolución” (páginas 70-73), Martín Kohan recuerda la vigorosa relación dialéctica que hace Lenin entre los milagros y la Revolución.
Nunca se ve tan nítido el futuro como en la situación del presente absoluto del día de la revolución consumada. Ese día existe la conciencia de que un corte en el tiempo se ha producido: “Se inicia hoy una nueva etapa de la historia de Rusia”, dice Lenin en la Sesión del Soviet del 25 de octubre de 1917. Es imposible sobreestimar el peso simbólico de ese “hoy”. Contemplado desde la intensidad del presente de ese hoy, el futuro no se manifiesta ya como objeto de la previsión, es decir de los cálculos y las predicciones de los teóricos del socialismo, sino como objeto del deseo y de la acción. Así se percibe el futuro en esa circunstancia tan especial: como un espacio donde actuar y desear. En su discurso al Soviet, Lenin despliega esas dos clases de futuro: el futuro de lo que se hará (“Una de nuestras tareas inmediatas consiste en la necesidad de terminar sin demora la guerra”, “en Rusia debemos dedicarnos ahora a edificar el Estado socialista proletario”, “El nuevo gobierno obrero y campesino propondrá inmediatamente una paz justa y democrática a todos los pueblos beligerantes”, “Abolirá inmediatamente la propiedad terrateniente y entregará la tierra al campesinado”, “Establecerá el control obrero sobre la producción y la distribución de los productos”) y el futuro de lo que se desea o se espera que pase (“En esta obra nos ayudará el movimiento obrero mundial”, “Los campesinos comprenderán que la salvación del campesinado está únicamente en la alianza con los obreros”, “El Soviet está convencido de que el proletariado de los países de Europa occidental nos ayudará a llevar la causa del socialismo a la victoria completa y segura”).
La revolución en presente, tomada en su “hoy”, transforma así el futuro. No solamente sus contenidos, es decir aquello que en el futuro existirá, sino su estatuto mismo. En vez de colmarlo de previsiones, Lenin lo ocupa ahora con acciones y deseos. La revolución produce así su primer cambio: ha cambiado el futuro. Porque ha cambiado el futuro, podrán, a partir de ahora, cambiar también las cosas. El espectro de posibilidades se amplía, porque el futuro se amplió. Lenin dice en Cartas desde lejos: “En épocas revolucionarias, los límites de lo posible se amplían mil veces”. Es decir que, en estos tiempos, son más las cosas que pueden pasar. Son más las cosas que pueden esperarse. El futuro excede ya la vocación de ajuste de las previsiones científicas. Ahora puede desbordarse y excederse, lo mismo que la acción, lo mismo que el deseo. Ahora se reconoce que lo imprevisible puede suceder también. Y Lenin admite que esa irrupción de lo inesperado, que la revolución auspicia justamente porque “los límites de lo posible se amplían mil veces”, asume una forma insólita: la del milagro. Las cosas en la revolución empiezan a pasar como pasan los milagros: alterando los límites de lo posible.
Ya en Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Lenin decía: “¡Nunca la masa del pueblo es capaz de ser un creador tan activo de nuevos regímenes sociales como durante la revolución. En tales períodos, el pueblo es capaz de hacer milagros, desde el punto de vista del rasero estrecho y pequeño burgués del progreso gradual”. Doce años más tarde, en Cartas desde lejos, vuelve sobre esa idea, pero la subraya: “Los milagros no existen ni en la naturaleza ni en la historia, pero todo viraje brusco de la historia, y esto se aplica a toda revolución, ofrece un contenido tan rico, descubre combinaciones tan inesperadas y peculiares de formas de lucha y de alineación de las fuerzas en pugna, que para la mente lega muchas cosas pueden parecer milagrosas”.
Una vez que el futuro ha superado la dimensión de lo previsible y, por lo tanto, de lo explicable y, por lo tanto, de lo posible, acaba asumiendo el aspecto de los milagros. Es tanto lo que posibilita el nuevo futuro del corte revolucionario, que Lenin apela a la imagen del milagro para definirlo. La revolución hace posibles los milagros. Es lo más cerca que puede estar de dios una teoría como ésta, que entre sus premisas cuenta con la certeza de que en el universo no existen dios ni milagro algunos.