12 de abril de 2012

“La Cámpora”

La reacción adversa que generó en los dirigentes de La Cámpora la aparición de un libro sobre su organización hace creer que estamos frente a un estudio lapidario. Una circular interna le ordena a los militantes no leer el libro ni tampoco comentarlo. La autora, Laura Di Marco, es descalificada como agente de Magnetto/Clarín y La Nación, diarios que le dieron una amplia cobertura.

El libro, finalmente, no aporta nada que no se sepa. Se limita a comentar datos sobre los altos sueldos que cobran los dirigentes de La Cámpora y la cantidad de militantes que ingresaron al aparato del Estado -que la autora estima en más de siete mil- a un costo de 650 millones de pesos anuales. Solamente 500 de estos nuevos cargos corresponden a Aerolíneas Argentinas. Las restantes 400 páginas están plagadas de chismes sin demasiado valor político.

Orígenes

La autora encuentra los orígenes de lo que llama la “proto-Cámpora” en varios grupos y cuadros juveniles que, en 2001 (año del “Argentinazo”), eran la expresión de la llamada “antipolítica”. El grupo más relevante era la agrupación TNT, en la que participaban Axel Kicillof, actual viceministro de Economía, e Iván Heyn, quien falleció en una Cumbre presidencial en Montevideo. Estos grupos, que repudiaban a la política y a los partidos, se conectaron a viejos militantes de la JP y, luego de varios debates, fueron evolucionando, en diferentes etapas, al kirchnerismo.

El tránsito que arranca de la “antipolítica” no es estudiado en el libro, ni tampoco los elementos de su continuidad y ruptura. De esta forma, está ausente el proceso político concreto de diferenciación al interior de los distintos grupos.

La “antipolítica” de la que habla la autora requiere ser precisada, pues con esa misma etiqueta se han vendido frascos distintos. Grupos como el TNT, NBI (de Recalde hijo) o el propio secretario general de La Cámpora, Larroque, blandieron la “antipolítica” en 2001 como un recurso para diferenciarse también (o por sobre todo) de la izquierda combativa y revolucionaria. A la ‘vieja política’ le imputaba corrupción y dependencia de las corporaciones. Con la izquierda, en cambio, iban a la raíz, pues le cuestionaban querer formar partidos de clase y el derrocamiento del capitalismo. Lo que sería luego el círculo cerrado de un jefe inoxidable, Máximo K, se quejaba del “monolitismo” de la izquierda, el cual sólo emanaba de su imaginación. La ausencia de un programa era esgrimida como una virtud, porque decía que éste llevaba a la formación de “vanguardias iluminadas”. Sin el compromiso del programa, los futuros camporistas abonaban el terreno para su oportunismo.

El acuerdo que hicieron con la izquierda a fines de 2001, entre ellos con el PO, para ganarle la Fuba a Franja Morada duró un suspiro. Prefirieron romper la alianza incluso al precio de su propio liquidacionismo. Veían su propio futuro por un carril de vía rápida. Antes de la llegada de Néstor Kirchner, varios de los principales cuadros de La Cámpora ya estaban apoyando a Duhalde -entre ellos el propio Iván Heyn.

La ausencia de la izquierda

Aunque los futuros grupos camporistas arrancan de la izquierda, ésta no figura prácticamente en todo el libro. La autora afirma en más de una oportunidad que Axel Kicillof, que había inspirado la ruptura en la Fuba, estaba “vinculado al PO”. Un acuerdo de Kicillof con el Banco Credicoop fue violentamente criticado por la UJS-PO, la cual ocupaba la vicepresidencia de la Fuba.

El 14 de septiembre de 2010 (por la Noche de los Lápices) tuvo lugar el acto en el Luna Park, en el cual Néstor Kirchner iba a ser el orador central, pero fue remplazado por su esposa, ya que se encontraba impedido por un ataque cardíaco. La autora omite, sin embargo, el contrapunto del acto organizado por la Fuba y los estudiantes secundarios, el mismo día y con una concurrencia muy superior en número, en Plaza de Mayo, en el marco de un “estudiantazo” con ocupaciones de establecimientos y marchas masivas, donde los camporistas asumían el papel de carneros y matones, y eran derrotados sistemáticamente en las asambleas. La ‘recuperación de la política’ por parte de los jóvenes estaba ya muy avanzada cuando los camporistas asomaban las narices.

El contrapunto es estratégico. Mientras en Plaza de Mayo se reivindicaba a los compañeros desaparecidos en el cuadro de una lucha contra los gobiernos “democráticos”; en el Luna Park, la Presidenta ensayaba una crítica a la “gloriosa JP” por haber enfrentado a Perón y a la burocracia sindical, y llamaba a la unidad a la juventud sindical del hijo de Moyano.

La JP ‘sin gloria’

Este choque con la izquierda, que -repetimos- la autora omite por completo, le da un sentido mucho más amplio a señalamientos que hace el libro sobre los jóvenes camporistas y la década del ’70. Para los camporistas, la “gloriosa JP” erró al no confiar en Perón. La ahora vilipendiada JP se había negado a votar una reforma a la Ley de Asociaciones Profesionales armada a la medida de la burocracia sindical vandorista, también lo hicieron con la recontra represiva reforma del Código Penal, y renunciaron a su condición de diputados -aunque ya eran asesinados, como ocurriera con Ortega Peña. Los camporistas de hoy subsanaron aquel error al votar la Ley Antiterrorista reclamada por el imperialismo.

La elección del nombre Cámpora reivindica la obsecuencia del personaje con Perón y su resignada renuncia ante el golpe de Estado que montó el lopezrreguismo para echarlo de la Presidencia.

¿Crítica?

La autora afirma que los militantes de la JP de los 70 tenían animadversión por el Estado, al revés de la pasión que éste suscita en La Cámpora. La imputación a la JP setentista es falsa, puesto que copó el gobierno durante el gobierno de Cámpora. Los primeros, sin embargo, carecían de la red de seguridad que gozan los arribistas del presente.

A la autora no la incomoda que los funcionarios camporistas usen los fondos de la Anses para pagar la deuda externa, o para convertirse -en su nombre- en gerentes de empresas. Pondera los ‘jóvenes’ por la ‘guerra’ que libran contra los “barones del peronismo bonaerense”, cuando en realidad el kirchnerismo ha sido el vehículo para la permanencia en el poder de la casi totalidad de ellos.

Conclusión

La inocuidad del libro muestra los límites de la derecha para realizar una crítica al kirchnerismo. La campaña de demonización de La Cámpora por parte de la derecha no tiene sustento: su cúpula hace lo mismo que los que emergen de las fundaciones o universidades empresariales -como lo muestra el caso de Boudou. No hay diferencias de principios entre unos y otros: sólo envidia.

Gabriel Solano