La rebelión del gas en Bolivia, en octubre de 2003, puso al rojo vivo la cuestión petrolera en América Latina y, en Bolivia, la lucha por la expulsión de los pulpos petroleros. El PO planteó en ese momento el carácter continental de esa lucha y su proyección revolucionaria. A partir de caracterizar al nacionalismo petrolero y sus límites, planteamos una campaña política por una nacionalización fundada en la confiscación de los monopolios petroleros y la gestión obrera integral.
Los acontecimientos bolivianos han dejado muy en claro que la lucha consecuente por la nacionalización de los recursos naturales estratégicos plantea la revolución social. La nacionalización del petróleo y del gas, en Bolivia, es una condición absoluta para su desarrollo nacional y al mismo tiempo incompatible con la dominación del imperialismo y del gran capital. (…) La cuestión boliviana no puede ignorar el carácter internacional de la lucha por la nacionalización.
En América Latina, los hidrocarburos han pasado al centro de la escena por más de un motivo, aunque la cuestión boliviana se encuentra al frente. En 2002, el imperialismo organizó un sabotaje de dos largos meses contra Venezuela, que tenía por objeto, precisamente, dejar en pie los planes de vaciamiento de PDVSA que habían dejado en marcha los gobiernos que antecedieron al de Chávez. A mediados de los ’90, el gobierno de Menem, en Argentina, con la complicidad del actual presidente Kirchner, entonces gobernador de la provincia petrolera de Santa Cruz, remató virtualmente la empresa YPF, sobre la base de una valuación del barril de petróleo de diez dólares. En Colombia, la defensa de la privatización a ultranza de la explotación privada del petróleo ocupa un lugar tanto o más importante que cualquiera de los otros objetivos contrainsurgentes del Estado. En Ecuador, los recursos excedentes de la empresa estatal de petróleo iban a parar hasta hace pocas semanas a un fondo especial para el pago de la deuda externa; el procedimiento era, al mismo tiempo, objetivamente, un modo de vaciar a la empresa estatal y privatizar por completo la explotación del recurso. En Perú, como lo demuestra el proyecto Camisea, la explotación del gas y del petróleo se van transformando en un negocio fundamentalmente privado. En Brasil, Petrobras, aunque estatal, se encuentra controlada por la Bolsa, donde cotizan sus acciones; la cuarta parte del capital pertenece a fondos norteamericanos (…) Incluso fuera de América Latina, la codicia del capital por el gas se ha acrecentado como consecuencia de la posibilidad de enviarlo licuado al mercado de los Estados Unidos. Es lo que hará Perú a partir de Camisea y lo que estaba previsto para Bolivia, a través de un puerto chileno.
(…). En este aspecto, es necesario destacar que las experiencias estatistas burguesas en la materia y los gobiernos nacionalistas han operado en la crisis boliviana a favor del imperialismo y de la privatización. El papel de Petrobras y del gobierno capitalista de Lula contra la nacionalización de los hidrocarburos bolivianos, está muy por delante de lo que haya hecho el gobierno de Bush (…). Petrobras estuvo a la cabeza de las presiones contra la nacionalización y fue la que luego viabilizó los acuerdos políticos que pusieron fin a la crisis que provocó la caída de Mesa, cuando decidió, la primera, allanarse a la nueva ley de hidrocarburos de Bolivia. Un papel igual jugó la española Repsol, que no actúa sino en connivencia con Kirchner, y Techint, que participa del negocio. (…) Una función de extorsión a Bolivia cumplió el gobierno peruano de Toledo, que reunió a los ministros del cono sur del continente para discutir la posibilidad de que Camisea sustituya a Bolivia en la provisión de gas para Chile y Argentina. La nacionalización del petróleo boliviano plantea, entonces, una lucha continental, que al mismo tiempo no puede dejar de ser una lucha por la nacionalización integral del petróleo de Argentina, Perú y Brasil y la gestión obrera de los hidrocarburos.
El rol de cada cual en la crisis boliviana pone de manifiesto el carácter ilusorio de la propuesta del presidente Chávez, de conseguir la independencia energética de América del Sur por medio de una alianza de PDVSA, Petrobras y Enarsa, un engendro de Kirchner para desviar recursos del presupuesto nacional hacia una caja controlada por sus compinches. Chávez quiere un Petrosur saltándose la tarea de la expropiación de los pulpos petroleros y su transformación en empresas de gestión obrera (…). Aunque Chávez recuperó la autonomía nacional para PDVSA (en esto consiste un aspecto fundamental del contenido nacional del chavismo), es necesario señalar que los pulpos internacionales ya son responsables de la tercera parte de la producción de petróleo en Venezuela (…) Todo este encuadre explica que Chávez se haya convertido en el mentor de Evo Morales en la tarea de oponerse a la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia, a la cual ha opuesto el control de los pulpos en boca de pozo por una inexistente YPF boliviana. La línea de compromiso con el imperialismo que ha seguido Evo Morales corresponde integralmente a la política del mismo Chávez. Pero con esta política, ni Venezuela conseguirá la mentada independencia energética de América Latina ni Bolivia sus hidrocarburos.
Una vez colocada la cuestión de la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia en su contexto real, resulta claro que una campaña por este objetivo debe tener, por un lado, un carácter continental y hasta internacional, y que su contenido, por el otro lado, no puede ser otro que la nacionalización de los hidrocarburos en toda América Latina y en cada uno de sus países, entendiendo por esto: a) la confiscación de los pulpos; b) la expulsión de las camarillas capitalistas de la dirección de las empresas total o parcialmente estatales; c) el control y la gestión obreras. La apropiación de los recursos energéticos por los explotados latinoamericanos significa, ni más ni menos, que controlar los medios que harían posible una gigantesca industrialización de América Latina. En torno a la nacionalización de los hidrocarburos en todo el continente se pondría en marcha el propio objetivo de la unidad política continental, la Unión Socialista de América Latina.
Jorge Altamira (El Obrero Internacional Nº 3, 8 de febrero de 2005)
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