Es claro que la crisis en curso es el resultado de la explosión de los desequilibrios engendrados por el ‘modelo’ oficial. La economía ha perdido las fuentes de financiamiento. En primer lugar, se encuentra por supuesto el déficit fiscal, el cual ya no puede ser cubierto por los fondos de la Anses o los habilitados para el Banco Central por la reciente reforma de la Carta Orgánica. Se ha llegado al extremo de que el Central está haciendo lo contrario de lo que se esperaba a partir de esa reforma, porque está contrayendo la masa monetaria que emite para financiar el déficit público por temor a desatar una hiperinflación (lo hace a través de títulos del Central que compran los bancos). La consecuencia, a corto plazo, será encarecer el crédito y acentuar la tendencia a la recesión que ya ha comenzado a manifestarse. Los detractores del oficialismo atribuyen el déficit fiscal a lo que llaman “exceso” de gasto público, para evitar señalar la cuenta de 15 mil millones de dólares que corresponde a la deuda externa del Estado -y la aún mayor del conjunto de la deuda pública (externa e interna) y de la deuda privada con el exterior. Otro rubro -unos 80 mil millones de pesos- registra los subsidios a la energía y el transporte, cuyos beneficiarios desvían hacia otros negocios, como se acaba de demostrar en TBA y en Metrovías. TBA, según la Cipec, recibió subsidios por 600 millones de dólares a lo largo de la década, pero solamente invirtió 50. La factura de importación de gas y derivados de petróleo ha sido ocasionada por el vaciamiento energético propiciado por el kirchnerismo a lo largo de su gobierno.
Brasil, China
La presidenta Kirchner añadió a lo enumerado el desplome del mundo sobre Argentina, en una demorada referencia a la bancarrota capitalista mundial. Brasil, el principal socio de comercio de Argentina, ha comenzado un proceso recesivo desde diciembre, según informa su Banco Central (O Estado de Sao Paulo, 22/5). Influye en el retroceso brasileño la caída de la demanda mundial, pero -por sobre todo- la demanda interna, la que sufre una incobrabilidad creciente de los créditos otorgados al consumo. El endeudamiento medio de las familias, en Brasil, ha alcanzado el 25% de los ingresos. Un especialista habla de “señales de agotamiento del modelo” y denuncia que “el nivel de impagos subió de manera preocupante”. Otro observador señala la reversión operada en el ingreso de capital a corto plazo, la que ahora elige la puerta de salida. El resultado ha sido una desvalorización de la moneda brasileña, el real, del 30% en un par de semanas. Según un tercer economista, “hay un agotamiento del ciclo del crédito”; “la tasa de inversión cayó de 23 al 18%, y este año crecerá a una tasa inferior al PBI”. Atribuye esa tendencia “a una reducción de la rentabilidad de la economía”, que ya no puede ser alimentada por “ese patrón de crecimiento liderado por el consumo”.
La conclusión que sale de esta caracterización es clara: Brasil apunta para un ajuste. Un desarrollo similar se puede hacer con China, donde hay un retroceso espectacular en la tasa de crecimiento del PBI en lo que va de 2012 -mucho más abajo del 8% (para algunos especialistas, del 3%) que le atribuyen las estadísticas mentirosas de China. Hay un derrumbe de la importación de carbón para usinas térmicas y de cobre; hay una fuerte reducción del consumo de electricidad y un desplome de la inversión inmobiliaria.
Más allá de la reversión de las tendencias que alimentaron el crecimiento de las exportaciones de Argentina y de los llamados ‘emergentes’ en general, el “desplome” al que alude CFK tiene que ver con lo que los economistas llaman, en lenguaje deformado, “la aversión al riesgo” -o sea, el retiro de capitales de toda forma de inversión productiva y de la mayor parte de las inversiones especulativas, ante el derrumbe del sistema bancario europeo y la perspectiva de un derrumbe del euro.
Quiebra de una organización social
Estamos, en Argentina, en los umbrales de una explosión de la economía, que el método aplicado al pobre Procusto no hace más que acentuar. Las crisis abiertas con Scioli y con Macri están directamente ligadas a este final de modelo. Mientras los charlatanes oficiales se empeñan en disimular el derrumbe, la versión de que numerosos municipios y algunas provincias habrán de recurrir a cuasi monedas es cada vez más verosímil. Esto solo ya constituye una devaluación espectacular de la moneda.
Lo que oficialistas y opositores coinciden en llamar ‘modelo’ no es otra cosa que la organización capitalista del país. Es esta organización la que se encuentra en quiebra, con mayor evidencia todavía cuanto que el derrumbe es internacional. Los que nos denunciaban antes de la crisis en curso como catastrofistas deberían hacer un repaso de los adjetivos que agota la prensa internacional: catástrofe, colapso, bancarrota, derrumbe, armagedón, situación desesperante. Es decir que una salida real a la crisis debe tener un carácter de conjunto y un contenido anticapitalista.
La gravedad de la situación encuentra a la burocracia sindical y a las corrientes que medran con este sistema fuera de foco, anestesiando al movimiento obrero. Las paritarias cierran en forma ficticia, porque -además de establecer aumentos de salarios inferiores a la inflación- ignoran el desarrollo del colapso financiero. Los ‘opositores’ desfilan por Tribunales o el Cabildo, para reclamar independencia judicial y acceso a la información -una coincidencia que tiene poco ver con reclamos democráticos y tiene sí las características de un movimiento preparatorio para la posibilidad de un derrumbe político. La Mesa de Enlace se ha vuelto a poner en movimiento para que la derrota del proyecto de revalúo agrario en la Legislatura bonaerense se convierta en un golpe político contra la camarilla cristinista. Con el colapso económico, se van reuniendo los factores que procuran adelantar o canalizar un derrumbe político.
Nosotros, el Partido Obrero, llamamos a una urgente deliberación política del movimiento obrero, para que la que crisis no la paguen los trabajadores, sino los capitalistas.
Los puntos básicos a atender son, desde este punto de vista, los siguientes:
ningún despido o suspensión, reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario -o sea, nada de ‘repros’;
indexación de los salarios y jubilaciones de acuerdo con la inflación, con carácter mensual;
cese del pago de la interminable deuda externa; nacionalización integral de los bancos, bajo control de los trabajadores. Defensa de los ahorristas pequeños;
nacionalización de todas las empresas subsidiadas, apertura de los libros, reorganización financiera e industrial bajo la gestión de los trabajadores;
por un Congreso obrero y de los trabajadores para elaborar un plan de reorganización social en función de los intereses de los explotados.
Jorge Altamira