Hasta hace unos días, Ettore Gotti Tedeschi, además de presidente de la filial italiana del Banco Santander y miembro notable de la secta católica de ultraderecha Opus Dei, era “el banquero de Dios”. Es decir, el titular de la banca vaticana, el Instituto para las Obras de Religión (IOR).
El martes 5, efectivos de Carabineros allanaron su casa, en Milán. Según cuenta la mujer de Gotti Tedeschi, el banquero sintió que el alma le volvía al cuerpo al comprobar que quienes irrumpían en su casa eran policías, porque al verlos pensó que se trataba de sicarios que iban a asesinarlo.
El allanamiento se produjo por orden de un juez napolitano que investiga distintos fraudes cometidos por el gigante industrial de armamentos Finmeccanica, con cuyo presidente, Cesare Orsi, Gotti Tedeschi está íntimamente vinculado. En el domicilio del ex “banquero de Dios”, los carabineros encontraron 47 carpetas de Finmeccanica, pero es otra la documentación llamada a producir un ruido ensordecedor: un dossier redactado por Gotti sobre los manejos mafiosos del banco del Vaticano.
No es nuevo el asunto. Según se sabe ahora, la Justicia romana investiga al IOR desde hace tiempo, y hasta tienen grabaciones en las que el secretario de Estado vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, habla de lavado de dinero con el secretario privado del Papa, el obispo Georg Gaenswein. En octubre del año pasado, una jueza había bloqueado una transferencia del IOR a Crédito Artesano por 23 millones de euros, porque no estaba identificado el dueño del dinero; por lo tanto, la jueza sospechó que estaba ante una maniobra de lavado de dinero sucio.
Acerca del dossier encontrado en su casa, Gotti Tedeschi dijo: “Temo que me maten. En el Vaticano he visto cosas que me dan miedo. Si me matan, en este dossier encontrarán las causas de mi muerte”.
No teme en vano. El hombre recordará, por ejemplo, el caso de Michele Sindona, propietario en los años ’60 del siglo pasado de la Banca Privata Finanziaria (BPF), de la cual el IOR poseía el 24,5 por ciento de las acciones. Luego se sabría que la BPF y el IOR desviaban dinero de la mafia -Sindona trabajaba para la Cosa Nostra- hacia paraísos fiscales. A poco de su detención, Sindona fue convenientemente envenenado en la cárcel de Voghera.
También recordará Gotti Tedeschi a Roberto Calvi, dueño del Banco Ambrosiano, que en sociedad con el IOR -conducido entonces por el cardenal norteamericano Paul Marcinkus- evaporó 1.300 millones de dólares entre 1971 y 1982, con préstamos falsos a empresas fantasma de América Latina. Esas operaciones las hacía el Ambrosiano con cartas de crédito provistas por Marcinkus. El cardenal, prófugo de la Justicia italiana, estuvo varios años refugiado en el Vaticano, convertido así en un aguantadero. Calvi tuvo menos suerte: escapó de Italia con un pasaporte falso, pero no mucho después apareció colgado del puente Blackfriars, en Londres, con cinco kilos de piedras y 11.700 dólares en los bolsillos. No, no teme en vano Gotti Tedeschi: él sabe bien cómo las juega la mafia vaticana.
Sin paz en la tierra…
El IOR tiene unas 35 mil cuentas corrientes, con depósitos, según se calcula, por 5 mil millones de euros. Entre ellas hay una cantidad indeterminada de cuentas secretas, cifradas, que esconderían “dinero de la mafia y proveniente de otras actividades ilícitas, comprendidos sobornos pagados a políticos y otros funcionarios del Estado” (Corriere della Sera, 8/6).
El dossier secuestrado en la casa del ex “banquero de Dios” da detalles de todos esos manejos. Por eso, “ahora muchos en el Vaticano tiemblan ante la posible filtración de su contenido” (Clarín, 9/6).
El trono de Ratzinger, y no sólo él, amenaza desmoronarse por una seguidilla de escándalos sin parangón, no por los escándalos en sí mismos sino porque, por primera vez, la interna mafiosa de la cúpula eclesiástica trasciende hacia fuera del coto cerrado de esos 40 kilómetros cuadrados que han visto tantos crímenes y latrocinios de todo tipo, magnicidios incluidos. El mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, acusado de filtrar documentos secretos de su ex jefe, es a todas luces el último orejón del tarro de una conspiración de magnitud desconocida. Nadie sabe por qué ni para quién robó esos documentos, o nadie lo dice. Al hombre lo tienen secuestrado en un calabozo vaticano, se ignora en qué condiciones ni con qué derecho a la defensa.
En definitiva, una potencia económica, financiera, industrial y mafiosa, además de armadura ideológica de toda explotación, empieza a derrumbarse por su propia podredumbre. Cosas de los tiempos de crisis.
A. Guerrero