El “diálogo” entre los cancilleres argentino e iraní, anunciado por Cristina Kirchner en la ONU, fue saludado sin excepción por las cúpulas de la comunidad judía en la Argentina. Ya había ocurrido lo mismo hace un año, cuando el periodista Eliaschev reveló que esos encuentros, relacionados con las acusaciones a funcionarios iraníes por el atentado a la Amia, se estaban produciendo en forma oficiosa. En la investigación del atentado, la llamada “pista iraní” nunca aportó una evidencia sólida a su esclarecimiento (es recordado el episodio de la detención en Londres de Solemainpur, un ex embajador iraní en Argentina que integra la lista de imputados. Las autoridades terminaron liberándolo, ya que las pruebas aportadas por la fiscalía argentina no ameritaban su extradición). En cambio, las acusaciones sirvieron para colocar a la Argentina en el campo de las maniobras belicistas de Estados Unidos y de Israel contra Irán. Con ese propósito, la pista iraní recibió siempre la bendición del Consejo Judío Mundial (el estado mayor internacional del sionismo) y es altamente probable que ocurra lo mismo con este pedido de “diálogo”.
Un juicio a los iraníes imputados en un tercer país -este es el planteo del gobierno argentino- está “copiado” de otro episodio internacional, el pacto entre Estados Unidos y Libia para avanzar en el juicio por un atentado a un avión de la ex Panam. En esa oportunidad, el juicio concluyó con la absolución de uno de los acusados y una condena atenuada para el otro. Por encima de ello, sirvió para un apaciguamiento entre Gaddaffi y el imperialismo, y una colaboración financiera y militar entre ambos que finalizó cuando la Otan bombardeó Libia y asesinó a Gaddafi.
¿Qué destino le cabe, en este cuadro, a la causa Amia, a partir de la propuesta de Argentina? En el mejor de los casos, la entrega de un “chivo expiatorio” que sirva para cerrar la causa. La vocinglería en la ONU sirve para seguir ocultando los archivos de la Side, y las evidencias de la participación de los servicios locales en el encubrimiento (por lo menos) del atentado. En tiempos más recientes, se reveló que uno de estos encubridores, el comisario Jorge “Fino” Palacios, sostenía vínculos fluidos con la Mossad, los servicios israelíes. La complacencia del Estado sionista con este “punto final” que pergueñan los K (y el Departamento de Estado) no debe sorprender.
Tarjeta roja
El discurso de la Presidenta en la ONU rescató la trama jurídica y política que coloca a la diplomacia kirchnerista en un campo definido: el del imperialismo norteamericano. CFK no mencionó la “ley antiterrorista”, que sancionó el año pasado como parte de la “guerra global contra el terrorismo”, iniciada por el gobierno Bush. Tampoco mencionó los nuevos acuerdos de seguridad con Estados Unidos y con la DEA, que serán supervisados, a partir de ahora, por el super-policía Berni.
CFK volvió a plantear la cuestión del “diálogo” en Malvinas, o sea la negociación de la soberanía de Argentina en un trueque de derechos a la explotación económica del mar continental por los monopolios internacionales. Toda esta orientación fue disimulada por el choque político-futbolístico de la Presidenta con la titular del FMI, por las manipulaciones del Indec. Argentina viene acumulando tarjetas amarillas por este asunto, algo prohibido por el reglamento del fútbol, porque el imperialismo no tiene ningún interés en sacar la roja. El cierre de la gira tendrá a Cristina, precisamente, reunida con Exxon Mobil para discutir los términos de una asociación con la nueva YPF en la explotación del gas no convencional. Mientras los K le sigan sacando tarjeta verde a las corporaciones capitalistas, la roja seguirá siendo eternamente amarilla.
Marcelo Ramal