1 de noviembre de 2012

Elecciones 2013, un asunto estratégico

Los revolucionarios deben elegir el terreno de la lucha, pero a partir del reconocimiento de las condiciones existentes. Los que no siguen esta regla corren el riesgo de acabar en el petardismo, la verborragia y la contrapartida de la pasividad.

Diez años después del ‘defol’ de 2002, el régimen político actual se enfrenta a un nuevo ‘defol’. No es otra cosa la pesificación de los contratos y el cepo cambiario, cuya finalidad es asegurar el pago de la deuda pública, en primer lugar la externa. La devaluación de la moneda y tarifazos de diversa índole son inevitables. Los controles de la Afip y el Banco Central no han sido ni serán suficientes para evitar esta perspectiva, dada la implacable desvalorización del peso en el mercado interno, y la impotencia del Estado capitalista para reglamentar la anarquía económica que caracteriza al capitalismo. Las restricciones impuestas en materia comercial han producido un retroceso en el comercio exterior en su conjunto, sin la compensación de una reactivación del mercado interno -el cual, por el contrario, ha reaccionado con una recesión. Otras medidas dirigistas han fracasado en su objetivo, como ocurre con la energía y el transporte. Luego del hundimiento de la experiencia ‘neo-liberal’, Argentina culmina otra experiencia de impotente intervencionismo estatal. El régimen K ha quedado aislado internacionalmente de sus propios aliados, que le han dado la espalda en los conflictos recientes con los fondos buitres. El reciente foro de Idea, en Mar del Plata, puso en evidencia los dos planteos principales de la burguesía: devaluación y reajuste de precios, y no a la re-re-reelección, que chocan de frente con la política oficial. Está instalada la perspectiva de un ‘rodrigazo’.

Esta crisis de conjunto no se manifiesta, sin embargo, de una manera frontal, sino a través de una escalada de conflictos, desde el choque relativo a Clarín, las peleas del oficialismo con una serie de gobernadores, la ruptura del frente oficial -como ocurre en el caso del moyanismo y numerosos intendentes- o las disputas frecuentes con grupos económicos importantes. La pelea ya no es de pasillos, desde que la sacó de ahí el ‘cacerolazo’ del 13 de septiembre, y antes el paro camionero y la movilización ‘moyanista’ del 24 de junio pasado. El kirchnerismo ha rehusado entrar en el terreno de la competencia callejera, como terminó de demostrarlo la modestia del homenaje público al segundo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. La agenda que se impuso, de entrar en Cablevisión a principios de diciembre, podría poner fin a esta contención. Hay en marcha, quizá para evitar este ‘desborde’, una serie de operaciones judiciales para saltar el cumplimiento del ultimátum a la Corpo.

La oposición patronal está completamente unida en el programa de la devaluación y el ‘ajustazo’, y en plantear la oposición a la re-re-re como bandera de movilización. No se puede pasar por alto la presencia de De Gennaro y de Lozano en la cumbre capitalista de Idea, llevados de la mano por Lula. Las circunstancias determinarán las formas políticas de esa unidad de objetivos inmediatos. Por de pronto, es significativo el frente que esta oposición ha formado en apoyo a Clarín y en la pelea desatada en el poder judicial, que integra incluso a los que votaron a favor de la ley de medios, como es el caso de Proyecto Sur.

El ritmo de esta crisis, que por momentos se acelera en forma ostensible, podría afectar los tiempos de los compromisos electorales del año que viene o, en el límite, forzar al gobierno a convocar a un referendo. Pero todas las fuerzas en presencia están jugadas a pelear el desenlace de la crisis en el campo electoral. CFK podría todavía operar un cambio de frente en el oficialismo y retornar a los acuerdos con Scioli y Massa, a expensas del llamado ‘cristinismo’, si oteara una derrota electoral que podría abreviar su tiempo de gobierno. En forma alternativa, podría adelantar las elecciones, aunque no se advierte la ventaja que le podría reportar esta maniobra. La oposición patronal no tiene otro camino que la disputa electoral.

Las elecciones del año que viene no van dirimir el desenlace político de la crisis. Desde 1983, ese desenlace pasó por catástrofes sociales y movilizaciones populares, incluida una rebelión que derrocó al gobierno de turno. La profundidad de la crisis capitalista en curso indica que no será distinto esta vez. Pero las alternativas políticas para encaminar o capitalizar esas crisis fueron determinadas con anterioridad, en los procesos electorales que consagraron a Menem, en vísperas de la hiperinflación alfonsinista; las que pusieron en un primer plano al Frepaso, en la gran crisis de la convertibilidad de 1994/5; la victoria de Duhalde, en 2001. No inventamos nada si decimos que la salida a una crisis la determinan los que se preparan políticamente para intervenir en ella, y no los que se abandonaron al golpe de suerte de la improvisación. La necesidad de esta preparación se hace evidente para el movimiento obrero, que no es un protagonista político independiente en esta crisis, que incluso la mira con desconfianza, y que sigue aprisionado por las redes de la burocracia sindical y de los aparatos del peronismo.

Bajo la forma de un proceso electoral, las parlamentarias del año que viene son la ocasión para una confrontación estratégica, esto porque las condiciones en que tendrán lugar son socialmente e internacionalmente catastróficas, y por la dinámica política que estas parlamentarias ya tienen con bastante antelación. La primera conclusión que emerge de aquí, y seguramente la más importante, es que la izquierda no debe abordar los distintos episodios que jalonan la crisis, a partir de las características propias de cada episodio o como hechos en sí mismos -sea que se trate de una movilización popular, una paritaria, una insubordinación de gendarmes, el secuestro de una fragata o un cacerolazo. Debe hacerlo con un abordaje estratégico, lo cual quiere decir que hay que destacar en cada episodio y en todos ellos la necesidad y la urgencia de una salida de conjunto de carácter socialista. La izquierda debe presentarse ya como una fuerza independiente del gobierno y los partidos patronales, como una alternativa que pelea por comandar la salida a la crisis, para lo cual debe presentar su programa y su liderazgo -los candidatos en cada distrito del país, que oficiarán de tribunos del programa revolucionario.

Si se observa con cuidado, la bancarrota capitalista no ha habilitado “un ascenso de la izquierda”, sino un ‘descenso’ de ella. Su lugar, allí donde se manifiesta un viraje de las masas, ha sido ocupado por el ala del reformismo que ha captado la desesperación popular y ha sabido darle una expresión de conjunto, aunque de ningún modo estratégica. Es el caso de la consigna “Gobierno de Izquierda”, en Grecia, o el llamado a disolver las Cortes y la monarquía en España, y convocar a una asamblea constituyente. El reformismo, por definición, no puede plantear una estrategia, se aferra a conciliar las inconciliables contradicciones históricas. La estrategia reposa, en la época actual, en el objetivo del cambio histórico, y consiste en movilizar las fuerzas motrices de ese cambio histórico. En las elecciones pasadas, una parte considerable de la juventud obrera y estudiantil se acercó al Frente de Izquierda debido al perfil estratégico que desarrolló el Frente. En contraste con esto, la situación de la izquierda que eligió el campo patronal es patética. El caso de los que militan en Proyecto Sur es muy instructivo, ahora que Proyecto Sur retorna a la alianza con Binner y se alinea sin fisuras del lado de Clarín contra el oficialismo. Aun más patética es la situación de las fracciones sindicales que se han pasado al campo oficial, como se ve en el caso del subte, que piden con desesperación que se entregue el transporte… al macrismo. O en el caso de Foetra, peleando a favor del ingreso de los pulpos de las telecomunicaciones en la televisión.

El Frente de Izquierda parte con desventaja en términos de fuerzas acumuladas, por eso no puede perder tiempo en lanzar su agitación política. No se enfrenta a una campaña electoral que se caracterice por la estabilidad social y política, y por el congelamiento relativo de la influencia relativa de las fuerzas en presencia. Lo que distingue a las elecciones próximas es que se desarrollarán en medio de una gran crisis, giros políticos y desequilibrios en la influencia de las fuerzas políticas respectivas. Bajo la apariencia de la selección del próximo Congreso, se desarrollará una batalla por el poder. No resolverá la cuestión del poder, simplemente porque esto no es de competencia electoral, pero debe servir a la acumulación de fuerzas obreras y trabajadoras que podrá resolver esa cuestión en el terreno de la acción directa, que le es propio.

Jorge Altamira