Los últimos acontecimientos relacionados con la deuda (la sentencia de la Cámara norteamericana y el embargo de la Fragata, la pesificación de las deudas de algunas provincias) han encendido la luz de alarma del empresariado nacional. Es que estos episodios comprometen, aún más, su estructura de financiamiento, que proviene en forma significativa del exterior.Mientras se habla de “desendeudamiento”, la deuda privada se ha ido transformando en una bola de nieve. A fines de 2011 ascendía a 67.000 millones de dólares. Sólo durante ese año, creció en un 15 por ciento. Se trata de créditos cuya duración promedio es de poco menos de dos años A lo largo del corriente, los vencimientos ascienden a 29.200 millones de dólares (el 44% del total).
Los nuevos emplazamientos del capital financiero a la Argentina han encarecido los créditos del exterior, al punto que varios grupos empresarios -como Molinos- tuvieron que suspender la colocación de deuda. Esta virtual paralización del crédito externo amenaza profundizar la retracción económica. Por lo pronto, una de sus consecuencias inmediata es el aumento del costo del dinero en la plaza local, al que las empresas no tendrán más remedio que recurrir. Esos mismos fondos bancarios, sin embargo, vienen siendo absorbidos por el Estado, para sostener el festival de títulos públicos en circulación.
Pero la cancelación de los créditos del exterior era bancada con nuevos créditos. De cortarse esa rueda, el Banco Central debería proveer a los privados de las divisas que necesitan para hacer frente a sus compromisos. Podríamos asistir, por lo tanto, a una salida masiva de capitales, y a un vaciamiento de las arcas del Banco Central.
Hasta el presente, el gobierno vino sosteniendo y alentando el endeudamiento privado. Los K especulaban en bancarlo con el ingreso de divisas. Hasta tal punto que el “Fondo de desendeudamiento” que ya tiene tres años de vida, fue utilizado para pagar deuda privada, contrariando la ley que le diera nacimiento. Buena parte de esta deuda privada son autopréstamos entre filiales y casas matrices del exterior, urdidos para sortear las restricciones en el giro de dividendos o divisas.
Estamos frente a una bomba de tiempo que, ahora, empieza a estallar. Esto es lo que ha puesto en alerta a la Unión Industrial quien ha expresado su malestar frente a este cuadro de situación. Existe obviamente, la preocupación fundada de que la pesificación declarada por varias provincias se extienda a la deuda contraída por las empresas. Pasaríamos del defol público, que asoma, al defol privado, sin solución de continuidad. En este marco, se explican los reclamos crecientes en las filas de la burguesía a favor de una devaluación, que empalma con planteos similares de políticos y gobernadores opositores. Este reclamo de la burguesía se integra a la exigencia de una normalización económica capitalista, en momentos que el intervencionismo K viene revelando contradicciones insalvables. La “reinserción de los mercados”, devaluación mediante, plantea un ataque en regla a los salarios.
Pablo Heller