El llamado “desendeudamiento” no es tal, porque la deuda pública simplemente ha cambiado de manos y aumentado. El 50 por ciento de ella fue transferida a organismos públicos, los que han recibido certificados, letras y otros títulos basura que se vienen desvalorizando, cuya cobranza a su vencimiento es totalmente incierta.
El Banco Central, junto con la Anses, ha sido el principal vaciadero de esa basura. Se ha convertido no sólo en el principal proveedor de divisas, sino también de moneda local al Tesoro, a través del giro de adelantos transitorios. Así se financia el quebranto fiscal.
La aceptación compulsiva de títulos públicos obliga al BCRA a imprimir billetes o a entregar divisas, según sea el destino que el gobierno nacional dé al dinero que recibe -el pago de la deuda en moneda extranjera o en pesos. El activo del BCRA ya está constituido, en más del 50%, por papeles del Estado (pagadios). Por otro lado, sin embargo, el BCRA absorbe parte de los pesos que debe emitir (por adelantos al gobierno o por compra de dólares de la exportación) mediante la contratación de deuda con los bancos locales. A éstos les da sus propios títulos (Lebac), los que pagan un rendimiento de más del 15% anual, con tendencia a subir.
Esta deuda del BCRA con los bancos es de 106 mil millones de pesos. Sin embargo, la absorción de pesos, en el año último, ha sido inferior a los que se emiten, al punto que la oferta monetaria estaría creciendo al 35% anual. De todos modos, esa política de absorción de pesos demuestra que el oficialismo descree por completo de su tesis de que la emisión no desvaloriza el dinero nacional. Asimismo, delata el carácter parasitario de esa emisión, que debe ser absorbida al costo de una elevada tasa de interés. Los depósitos de las divisas que el Banco Central tiene en Suiza rinden apenas el 0,25% de interés anual. La carga anual de intereses que debe pagar el BCRA por su deuda con el sistema de bancos es de 3 mil millones de dólares.
En resumen, el Banco Central tiene un patrimonio inflado (ficticio), constituido por papeles del gobierno, que representa la mitad del total de su activo. Por otro lado, tiene una deuda por sus propios títulos emitidos (Lebac y Nobac) que equivale al 50% de las divisas que registra (que son de 44 mil millones de dólares). Una parte de estas reservas, sin embargo, son préstamos recibidos del Banco de Basilea u otros bancos centrales. Hay que agregar que otra parte de las reservas del BCRA son encajes de los bancos comerciales, o sea la contrapartida de una deuda. Estos encajes han venido cayendo, como consecuencia de los retiros de los depósitos en dólares, a más de la mitad desde que se estableció el cepo cambiario (nueve mil millones de dólares).
La quiebra del Banco Central -que para muchos es un desatino, porque nunca puede quebrar una entidad que emite dinero- se manifiesta cuando se interrumpe el crédito que recibe de los bancos del sistema para absorber pesos. Un banco central que no puede absorber el dinero en circulación, pierde, al mismo tiempo, la capacidad de emitirlo, porque si continuara haciéndolo, desataría el derrumbe de la moneda. La aproximación de una situación de este tipo se manifiesta en el aumento de la tasa de interés que paga cuando renueva los créditos con el sistema local de bancos y en el acortamiento de los plazos de esos créditos (en su mayor parte entre 30 y 60 días). Sin ir más lejos, esta semana el BCRA se quedó sin poder colocar 1.300 millones de Lebac, los que han pasado a engrosar el volumen de dinero en circulación. Otra manifestación de la tendencia a esa quiebra es la tasa creciente de la suba de precios y la formación de un mercado de cambios paralelo.
Acentúan esta tendencia las deudas en títulos públicos que están emitiendo las provincias, que ya alcanzarían los 25 mil millones de dólares. Estos títulos se compran y son pagados en pesos, pero ligados a la cotización del dólar. Entre las tasas de interés que pagan y el ajuste por desvalorización del peso, rinden un 30% de interés al año, o sea que la deuda provincial aumenta a ese ritmo. En poco tiempo, quedará en evidencia la incapacidad de numerosas provincias para honrar esas deudas o incluso pagar los intereses. Para evitar esta quiebra, deberán intervenir el Estado nacional y el Banco Central. La emisión de moneda en este cuadro equivale a la hiperinflación. La hiperinflación es la declaración de quiebra de un banco central. En esto consiste el ‘defol’ K.
Por último, a nadie se le escape el desfasaje creciente entre los precios internos y los internacionales, cuyo resultado es elevar los costos de la producción nacional. Está instalada la tendencia a la devaluación del peso, que el gobierno ya reconoce con el aumento de la tasa de devaluación del peso oficial. Una devaluación masiva sería el reconocimiento final del ‘defol’, que serviría para desvalorizar las deudas del Tesoro con el Banco Central y la Anses, así como a desvalorizar las deudas del Banco Central con el sistema local de bancos, mientras revaloriza los activos en moneda extranjera. El costo de esta salida del ‘defol’ recaería, como en todas las ocasiones pasadas, en un aumento exponencial de los precios y tarifas que deben pagar los trabajadores. O sea: en una desvalorización gigantesca de la fuerza de trabajo.
Pablo Heller
El Banco Central, junto con la Anses, ha sido el principal vaciadero de esa basura. Se ha convertido no sólo en el principal proveedor de divisas, sino también de moneda local al Tesoro, a través del giro de adelantos transitorios. Así se financia el quebranto fiscal.
La aceptación compulsiva de títulos públicos obliga al BCRA a imprimir billetes o a entregar divisas, según sea el destino que el gobierno nacional dé al dinero que recibe -el pago de la deuda en moneda extranjera o en pesos. El activo del BCRA ya está constituido, en más del 50%, por papeles del Estado (pagadios). Por otro lado, sin embargo, el BCRA absorbe parte de los pesos que debe emitir (por adelantos al gobierno o por compra de dólares de la exportación) mediante la contratación de deuda con los bancos locales. A éstos les da sus propios títulos (Lebac), los que pagan un rendimiento de más del 15% anual, con tendencia a subir.
Esta deuda del BCRA con los bancos es de 106 mil millones de pesos. Sin embargo, la absorción de pesos, en el año último, ha sido inferior a los que se emiten, al punto que la oferta monetaria estaría creciendo al 35% anual. De todos modos, esa política de absorción de pesos demuestra que el oficialismo descree por completo de su tesis de que la emisión no desvaloriza el dinero nacional. Asimismo, delata el carácter parasitario de esa emisión, que debe ser absorbida al costo de una elevada tasa de interés. Los depósitos de las divisas que el Banco Central tiene en Suiza rinden apenas el 0,25% de interés anual. La carga anual de intereses que debe pagar el BCRA por su deuda con el sistema de bancos es de 3 mil millones de dólares.
En resumen, el Banco Central tiene un patrimonio inflado (ficticio), constituido por papeles del gobierno, que representa la mitad del total de su activo. Por otro lado, tiene una deuda por sus propios títulos emitidos (Lebac y Nobac) que equivale al 50% de las divisas que registra (que son de 44 mil millones de dólares). Una parte de estas reservas, sin embargo, son préstamos recibidos del Banco de Basilea u otros bancos centrales. Hay que agregar que otra parte de las reservas del BCRA son encajes de los bancos comerciales, o sea la contrapartida de una deuda. Estos encajes han venido cayendo, como consecuencia de los retiros de los depósitos en dólares, a más de la mitad desde que se estableció el cepo cambiario (nueve mil millones de dólares).
La quiebra del Banco Central -que para muchos es un desatino, porque nunca puede quebrar una entidad que emite dinero- se manifiesta cuando se interrumpe el crédito que recibe de los bancos del sistema para absorber pesos. Un banco central que no puede absorber el dinero en circulación, pierde, al mismo tiempo, la capacidad de emitirlo, porque si continuara haciéndolo, desataría el derrumbe de la moneda. La aproximación de una situación de este tipo se manifiesta en el aumento de la tasa de interés que paga cuando renueva los créditos con el sistema local de bancos y en el acortamiento de los plazos de esos créditos (en su mayor parte entre 30 y 60 días). Sin ir más lejos, esta semana el BCRA se quedó sin poder colocar 1.300 millones de Lebac, los que han pasado a engrosar el volumen de dinero en circulación. Otra manifestación de la tendencia a esa quiebra es la tasa creciente de la suba de precios y la formación de un mercado de cambios paralelo.
Acentúan esta tendencia las deudas en títulos públicos que están emitiendo las provincias, que ya alcanzarían los 25 mil millones de dólares. Estos títulos se compran y son pagados en pesos, pero ligados a la cotización del dólar. Entre las tasas de interés que pagan y el ajuste por desvalorización del peso, rinden un 30% de interés al año, o sea que la deuda provincial aumenta a ese ritmo. En poco tiempo, quedará en evidencia la incapacidad de numerosas provincias para honrar esas deudas o incluso pagar los intereses. Para evitar esta quiebra, deberán intervenir el Estado nacional y el Banco Central. La emisión de moneda en este cuadro equivale a la hiperinflación. La hiperinflación es la declaración de quiebra de un banco central. En esto consiste el ‘defol’ K.
Por último, a nadie se le escape el desfasaje creciente entre los precios internos y los internacionales, cuyo resultado es elevar los costos de la producción nacional. Está instalada la tendencia a la devaluación del peso, que el gobierno ya reconoce con el aumento de la tasa de devaluación del peso oficial. Una devaluación masiva sería el reconocimiento final del ‘defol’, que serviría para desvalorizar las deudas del Tesoro con el Banco Central y la Anses, así como a desvalorizar las deudas del Banco Central con el sistema local de bancos, mientras revaloriza los activos en moneda extranjera. El costo de esta salida del ‘defol’ recaería, como en todas las ocasiones pasadas, en un aumento exponencial de los precios y tarifas que deben pagar los trabajadores. O sea: en una desvalorización gigantesca de la fuerza de trabajo.
Pablo Heller