Acuerdo y trabajo en común de los servicios argentinos con la DEA, la gran encubridora y protectora del narcotráfico
Henry de Jesús López Londoño, alias “Mi Sangre”, caminaba por estas calles de Buenos Aires tan tranquilo como Mauro Martín entra en la cancha de River, a ver el superclásico pese al “derecho de admisión”. El hombre venía al país desde 2008, evidentemente protegido, y vivía ahora en un lujoso country de Pilar (¿no habría que reformular el mapa del delito?) y hasta tenía un hijo argentino. El asunto presenta sus particularidades, porque si desde siempre las fronteras argentinas son un gruyere -y no por simple inoperancia sino porque conviene que lo sean- todo se complica aun más después de la crisis (no cerrada) con Gendarmería Nacional y Prefectura Naval, las dos fuerzas convocadas para sacarle al gobierno las papas del fuego ante el derrumbe de las policías de todo el país (¡Santa Fe!).
Hace unos pocos años, cuando dos narcotraficantes colombianos fueron asesinados en un shopping de Martínez, quedó al descubierto la presencia de carteles de ese país y de México -especialmente el de Sinaloa- en territorio argentino. En ese momento, oficiales de inteligencia de la Policía Federal mexicana, que llegaron a la Argentina para “colaborar” con sus pares locales, les dijeron a los federales argentinos: “A estos (por los carteles de la droga) los sacan ahora o no los sacan más”. Más allá de la discutible autoridad de la PF mexicana cuando de narcotráfico se trata, el hecho es que acá no sólo no los sacaron; además, como se ve, les dan refugio.
Ahora, según La Nación (5/11) la detención de López Londoño “fue el resultado de ocho meses de cooperación con la DEA”. Esto es: los servicios nac&pop mantienen el vínculo anudado con la DEA hace ya muchos años y reforzado hasta extremos de casi subordinación durante el gobierno de Carlos Menem. Si eso es así, la DEA no “colaboró”, simplemente ordenó que “Mi Sangre” fuera detenido. O sea: que el gobierno argentino le retirara la protección. La DEA, como se sabe, está envuelta en un escándalo reciente (entre tantos que ha tenido) al conocerse la operación “Rápido y furioso”, que permitió la entrega en territorio norteamericano de un enorme cargamento de cocaína procedente de México, y la protección que ese organismo le dio a Joaquín Guzmán, “el Chapo”, jefe del cartel de Sinaloa.
La farsa
“Mi Sangre” era uno de los jefes de Los Urabeños, o Los de Urabá, organización narcotraficante y paramilitar dedicada a la exportación de cocaína hacia toda América central por medio de submarinos de fabricación propia. Tienen bajo su control porciones importantes de territorio colombiano, donde imponen un régimen de terror. Son una de las cuatro bandas paramilitares más fuertes, junto con Los Rastrojos, el Ejército Revolucionario Popular Antisubversivo de Colombia (Erpac) y los Aguilas Negras.
Sergio Berni, secretario de Seguridad, anunció la detención de López Londoño con pitos y matracas: “Es el producto de una investigación profunda, larga y, sobre todo, responsable. Es una muestra de la lucha contra el narcotráfico que ha llevado adelante el gobierno”, dijo. Es una farsa, eso es. En principio, necesita tener cara para hablar de “lucha contra el narcotráfico” un funcionario del gobierno que financió parte de su campaña con aportes de los traficantes de efedrina, algunos de los cuales aparecieron más tarde acribillados en un descampado.
Pero aún si se deja a un lado ese antecedente, el hallazgo de “Mi Sangre” en territorio argentino no necesitó de ninguna “investigación profunda, larga y responsable”. Es una mentira destinada a bobos, porque el gobierno argentino le dio refugio a la familia de López Londoño en 2008, y “Mi Sangre” está acá, libremente y con conocimiento de las autoridades argentinas, desde diciembre del año pasado. En 2007 y 2008 había estado aquí con su familia con su verdadera identidad, como recuerda ahora su abogado, Carlos Olita: “Mi cliente y su familia vinieron a vivir a la Argentina a principios de año (…) pero ya habían estado en 2007 y 2008, con sus verdaderas identidades. Por entonces él y su esposa pidieron refugio político para ellos y para su hijo. El gobierno se la concedió a ella y al nene” (Clarín, 2/11). Si ahora está preso es porque la DEA lo dejó caer, lo cual, casi seguramente, es parte de algún acuerdo con otras organizaciones de narcos.
López Londoño dice, y puede que tenga razón, que vuelven a perseguirlo porque está retirado, porque se desvinculó del grupo al que pertenecía, quiere empezar “una nueva vida” y no se lo permiten “porque sé muchas cosas”.
Mientras tanto, su detención le sirve al gobierno para batir el parche de su propio autobombo, cuando la crisis de la inseguridad llega al extremo de poner a las fuerzas represivas en estado de disgregación. Al mismo tiempo, las organizaciones narcotraficantes, cada día más, se instalan en la Argentina y rápidamente empiezan a traer aquí sus guerras por mercados más extendidos cada vez. Todo eso quiere ser tapado con el apresamiento de un narco y paramilitar jubilado.
A. Guerrero