En momentos en que cerramos la edición de Prensa Obrera se anunciaba que el ex arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, es el nuevo Papa. No figuraba entre los candidatos más probables. Benedicto XVI había renunciado como consecuencia de una onda incontenible de escándalos y corruptelas en el Vaticano. Bergoglio ya había obtenido en el cónclave anterior una altísima votación, en oposición a Ratzinger, por quien manifestaba un gran rechazo. El ahora Francisco I emerge cuando numerosos obispos son reclamados por los tribunales del mundo por su complicidad en los crímenes más aberrantes contra miles de niños y jóvenes en una geografía muy extendida. Un jesuita al frente del Vaticano es una novedad. En América Latina representa al bloque anti-bolivariano, que llega a la cúspide enseguida de la muerte de Chávez. El kirchnerismo le ha pegado duro y lo ha acusado de complicidad con los Videla, mientras Bergoglio hacía lo suyo patrocinando los cacerolazos. La crisis abierta con la sucesión de Benedicto, que ahora tiene su costado “argentino”, quedará planteada con amplitud. Va a haber mucha tela para cortar, “urbi et orbi”.
Signo de los tiempos. El bastión del oscurantismo y la reacción se desmorona, dejando expuesta una podredumbre sin límites. El propio cónclave, consagrado a la elección del nuevo Papa, comenzó sus sesiones condicionado por el “informe secreto” que habría motivado la renuncia de Benedicto, el cual contendría revelaciones lapidarias sobre el involucramiento de la cúpula de sotana en los más aberrantes crímenes y latrocinios.
Cuanto más se acercaba el cónclave y su pompa fastuosa y decadente, más crecían “las voces maliciosas que hablan de causas judiciales, escándalos cajoneados o incompatibilidades de uno u otro de las candidatos al sillón de Pedro”. Los enjuagues que rodean el rito formal de la elección “secreta” del sucesor de Benedicto podrían, según el mismo vaticanista, tener un efecto simplemente “devastador”, según lo estampó en su nota en la primera plana de Corriere de la Sera. El hombre confirmó que los propios electores no pudieron conocer el “informe secreto” y que el “secretismo” se ha transformado en explosivo, porque ni siquiera el poco más de un centenar de electores que lo integran conocen lo que está en manos de un puñado de personas de la curia romana, cuya información “puede ser utilizada para culpar a uno u otro candidato, para influir una tendencia o directamente condicionar el resultado del cónclave”.
El día anterior, otro diario italiano, La Repubblica, hizo conocer las declaraciones de un hombre de la “Santa Sede” que, sin dar a conocer su nombre, hizo saber que existe un gran número de funcionarios que poseen más documentos no revelados sobre las más variadas trapisondas y crímenes, que podrían ver la luz si se elige un Papa que no encare una gran “limpieza” en la cima del poder eclesiástico. Pese a todo lo que se conoce, entonces, la cosa recién comienza.
En estas condiciones, la asamblea reunida para decidir la sucesión papal se parece más a una reunión de Alí Babá y sus compinches que a la reunión de un grupo de gerontes con aire celestial. Lo confirma el hecho de que luego de la renuncia de Benedicto se conocieron los movimientos de numerosas asociaciones de víctimas de curas pedófilos que reclamaban que fueran separados del cónclave algunos de sus conspicuos representantes.
Es el caso revelado por un editorial del diario mexicano La Jornada, de la Red de Sobrevivientes de los Abusados por Sacerdotes, que presentó un lista de doce cardenales señalados por haber encubierto a curas pederastas, y pidierion a la Iglesia su exclusión de la asamblea papal. En México, un grupo de víctimas de pederastia reclamó que se hiciera lo propio con el arzobispo primado Rivera Carrera, protector del capo de tutti capi en esta materia, y su compatriota Marcial Maciel, titular de la comunidad Legionarios de Cristo. Otro grupo similar, esta vez en Italia, solicitó lo mismo en relación con el cardenal italiano Domenico Calcagno, presidente de la Administración del Patrimonio de la Santa Sede y protegido del cardenal Tarcisio Bertone, a cargo de la “Sede Vacante” desde la renuncia de Benedicto. Don Calcagno está acusado de proteger a un violador serial de la región de Liguria. Antes, un movimiento similar se había presentado en Estados Unidos contra el cardenal Roger Mahony. Nadie les dio pelota. Rivera Carrera, Calcagno y Mahony… votan ahora en Roma.
Bajo este clima, algún comentarista caracterizó al cónclave de estos días como propio de la Omertá (como se designan los pactos de silencio en la mafia). Los trascendidos indicaron que las fracciones en pugna de la curia romana habrían acordado una suerte de protección mutua, agrupándose detrás de la figura del arzobispo de San Pablo -Odilio Scherer-, que sería proyectado como un nuevo jefe renovador a cambio de repartir los puestos clave de la cúpula de la Sede entre quienes lo apoyen. El hombre no sólo es definido como uno más de los “conservadores”, sino que conoce los entresijos de sus congéneres romanos porque hace tiempo que detenta un cargo en el disputado Banco del Vaticano.
Otro bloque estaría integrado por los norteamericanos y alemanes, los mayores financistas del Vaticano, que pretenden disputar los puestos de la cúpula con sus pares italianos, planteando una limpieza de la dirección vaticana. Se valdrían para esto, sin embargo, de un papable…. italiano, enfrentado a las camarillas más poderosas de la Curia Romana, bajo el manto de los arzobipos Tarcisio Bertone y Angelo Sodano. Se trata del arzobispo de Milán, Angelo Scola, un hombre de Comunidad y Liberación, una trenza derechista encumbrada durante el papado de Juan Pablo II. Ambos bloques, sin embargo, habrían llegado al cónclave sin conseguir los votos necesarios (77) para ungir al sucesor de Benedicto. En la negociata que precede a la fumata que anuncia la marcha de la reunión se verá cómo termina la historia. O mejor dicho, cómo comienza: los especialistas auguran un papado de “transición” y una guerra larvada que no quedará concluida con la elección del nuevo mandamás. Signo de los tiempos. Veinte años atrás, la Iglesia parecía renacer detrás de la novedad de un Papa polaco, que se forjó su fama como “viajero” y “carismático”, bendiciendo la restauración luego de la caída del muro de Berlín y la disolución de la ex URSS. El Vaticano y el imperialismo celebraban una conquista que el capital suponía una cura histórica para sus propios males. Dos décadas después, en la mayor crisis de su historia, con una Europa que se cae a pedazos, en el centro del viejo continente, la Iglesia acompaña el proceso con un colapso lleno de inmundicia. Nada celestial. Signo de los tiempos en una época de viraje histórico.
Pablo Rieznik