Bergoglio declaró en el juicio de la Esma, aun a sabiendas de que no era cierto que el episcopado no tenía archivos sobre desaparecidos y robos de bebés en el final de los setenta. Hoy todavía, el sátrapa Von Wernich (el capellán militar que participaba en las torturas, amigo del genocida Camps, que pedía dinero a los familiares de desaparecidos a cambio de informaciones falsas) sigue protegido en algún exilio parroquial. Lo mismo se ha hecho con el pedófilo obispo Edgardo Storni o el sentenciado cura Julio Grassi, quienes, por supuesto, no han sido excomulgados por sus “pecados mortales”. De manera reiterada, Grassi aseguró también (aunque haya que tomarlo con pinzas) que contaba con la protección de quien dirigía el arzobispado de Buenos Aires.
Los gestos de Bergoglio hacia los curas villeros, los familiares de Cromañón o la campaña contra la trata, no contradicen en absoluto su lealtad a la cúpula vaticana, responsable de dictaduras y violaciones de todo calibre. La Nación, en una infografía gigante sobre las posiciones de Bergoglio respecto de cuestiones candentes, destaca en el rubro “pedofilia” que el hoy Francisco “nunca se pronunció al respecto”. Es aquí donde toman todo su sentido sus palabras acerca de la ‘misericordia’, con los violadores y con los violentados. En el programa de Grondona, un cura criticó la justicia que no va acompañada de la misericordia -en una sociedad que asegura la impunidad para los opresores y poderosos. Bergoglio está advirtiendo que no será inmisericorde con la mafia vaticana, o sea que enarbola un programa de compromiso y encubrimiento. El curriculum de Bergoglio incluye sus coqueteos con la agrupación derechista Guardia de Hierro, así como su labor al frente de la Compañía de Jesús para poner en vereda a los curas tercermundistas partidarios de la Teología de la Liberación.
Pablo Rieznik