El próximo martes 20, finalmente se concretará el primer paro general contra el gobierno kirchnerista. El paro llega después de varias movilizaciones obreras (contra el impuesto al salario y a las ART), de los choques y fracturas de una parte de la CGT con el gobierno, así como de dos cacerolazos de alcance nacional. Hace pocos días, Cristina Kirchner presentó como un acto de determinación nacional al pago integral de la deuda externa, “peso por peso”. Naturalmente, la Presidenta no dijo que ese rescate -junto al de las privatizadas- se está pagando con el vaciamiento del Banco Central, de la Anses y el hundimiento presupuestario del Estado nacional, las provincias y los municipios. Pero, por esa vía, se opera una fantástica exacción contra los trabajadores, en beneficio del capital. La inflación galopante financia al Estado a costa de la liquidación del poder de compra del salario. Por eso, las paritarias cerradas en la primera mitad de este año ya fueron superadas por la carestía. El impuesto al salario, por su parte, afecta a dos millones de trabajadores, entre los que incluyen a las capas obreras que se caracterizan por salarios relativamente más bajos. La sustracción de las asignaciones familiares es otra confiscación para resarcir a los bonistas, “peso sobre peso”. La desorganización económica y la recesión se han cobrado miles de puestos de trabajo en los últimos meses, lo cual refuerza la presión flexibilizadora en las fábricas. En esa línea, el gobierno ha convalidado un reclamo histórico de la patronal argentina: la virtual liquidación del derecho a accionar judicialmente en los accidentes de trabajo.
Por cadena nacional, el gobierno respondió a una de las reivindicaciones del paro -el impuesto al salario- con una extorsión. Anunció que no cobrará el impuesto a las ganancias en la segunda cuota del aguinaldo, lo que, en promedio, no implica más que la décima parte de lo que paga anualmente un trabajador por ese impuesto. Pero a renglón siguiente, pasó al año que viene la discusión del mínimo no imponible, que “estará articulada con la política salarial”. En buen romance: si los sindicatos no moderan sus reclamos, el gobierno rebanará los salarios con el impuestazo. La política oficial quiere imponerle al salario la “retención móvil” que no pudo aplicarle al capital sojero.
Ha vuelto a quedar de manifiesto que el rescate del “modelo” es incompatible con conquistas laborales fundamentales. Por eso, el paro es otro jalón de un proceso político fundamental: la ruptura de la clase obrera con el gobierno kirchnerista.
El paro y la crisis política
El cacerolazo del 8 de noviembre, que ha precedido al paro, volcó a las calles a una multitud con reivindicaciones muy diversas, desde la inseguridad hasta la miseria de los haberes jubilatorios. La movilización -que extendió su base social- volvió a cargar contra el gobierno kirchnerista. Pero no colocó en el banquillo a una oposición tradicional cuyo programa de salida a la crisis reposa en otros agravios a las masas -una devaluación y un ajustazo. Esa oposición trabaja intensamente para llevar a su campo la insatisfacción popular que emerge del agotamiento del ‘modelo’ oficial. Por referencia a lo anterior, el paro es una oportunidad para introducir otra delimitación en la crisis nacional: la que separa a la clase obrera y sus reivindicaciones, por un lado, de los agentes -oficialistas u opositores- de los explotadores, por el otro. Un paro contundente el próximo martes debería servir para atraer al campo de los trabajadores a muchos de los que participaron del cacerolazo, en oposición a las salidas antiobreras del gran capital y de sus agentes políticos.
Es claro que los convocantes al paro no han trabajado por esa perspectiva. La medida del 20 carece de continuidad, en términos de un plan de lucha sostenido hasta alcanzar las reivindicaciones. Tampoco se concretó la convocatoria a la Plaza de Mayo. Los voceros de la CGT Moyano sostienen que “no querían competir con el 8N” en cantidad de asistentes. Pero una convocatoria atomizada y con objetivos difusos jamás puede ser comparada con una movilización obrera en el marco de un paro que enfrentará, en cada lugar de trabajo y en cada sindicato, la resistencia de los capitalistas y del Estado. Lo cierto es que Moyano ha dejado la marcha para más adelante, en el marco no de una lucha obrera, sino de una convocatoria “justicialista”. La burocracia sindical quiere encauzar la ruptura de los trabajadores con el gobierno hacia la oposición tradicional. Pero lo último que quieren los De la Sota, Macri o Binner es agitar la crisis social, en el marco de los ajustes que ellos mismos aplican en sus distritos. La subordinación a éstos, en definitiva, es un ataque al propio paro, a su alcance y continuidad.
Asegurar el paro
Cristina Kirchner suele contraponer la situación nacional con el escenario de los ajustes y las huelgas europeas. Pero esta vez, a sólo una semana de una huelga que envolvió a la clase obrera de varios países de Europa -el “14N”-, los trabajadores de Argentina emprenderán una medida similar. El intervencionismo oficial no ha podido gambetear la crisis capitalista y la clase obrera argentina saldrá, este martes 20, a una acción de conjunto. La presión del Estado, de las burocracias sindicales oficialistas y de las patronales estará volcada contra el paro. En ese cuadro, se trata de volcar todo el peso de las organizaciones obreras al cumplimiento del paro, mediante el impulso de asambleas en todos los lugares de trabajo y sindicatos. Se trata de asegurar la huelga en los gremios adheridos, de batallar por el paro en los sindicatos que han resuelto boicotearlo, de asegurar su cumplimiento en todos lados a través de piquetes y convocar a toda la población a sostenerlo. El paro plantea la oportunidad de colocar a la clase obrera a la cabeza del descontento popular y, por esa vía, reforzar una salida de los trabajadores a la crisis nacional.
Con esta orientación, vamos a empeñar todos los esfuerzos en la jornada del 20.
Marcelo Ramal
Por cadena nacional, el gobierno respondió a una de las reivindicaciones del paro -el impuesto al salario- con una extorsión. Anunció que no cobrará el impuesto a las ganancias en la segunda cuota del aguinaldo, lo que, en promedio, no implica más que la décima parte de lo que paga anualmente un trabajador por ese impuesto. Pero a renglón siguiente, pasó al año que viene la discusión del mínimo no imponible, que “estará articulada con la política salarial”. En buen romance: si los sindicatos no moderan sus reclamos, el gobierno rebanará los salarios con el impuestazo. La política oficial quiere imponerle al salario la “retención móvil” que no pudo aplicarle al capital sojero.
Ha vuelto a quedar de manifiesto que el rescate del “modelo” es incompatible con conquistas laborales fundamentales. Por eso, el paro es otro jalón de un proceso político fundamental: la ruptura de la clase obrera con el gobierno kirchnerista.
El paro y la crisis política
El cacerolazo del 8 de noviembre, que ha precedido al paro, volcó a las calles a una multitud con reivindicaciones muy diversas, desde la inseguridad hasta la miseria de los haberes jubilatorios. La movilización -que extendió su base social- volvió a cargar contra el gobierno kirchnerista. Pero no colocó en el banquillo a una oposición tradicional cuyo programa de salida a la crisis reposa en otros agravios a las masas -una devaluación y un ajustazo. Esa oposición trabaja intensamente para llevar a su campo la insatisfacción popular que emerge del agotamiento del ‘modelo’ oficial. Por referencia a lo anterior, el paro es una oportunidad para introducir otra delimitación en la crisis nacional: la que separa a la clase obrera y sus reivindicaciones, por un lado, de los agentes -oficialistas u opositores- de los explotadores, por el otro. Un paro contundente el próximo martes debería servir para atraer al campo de los trabajadores a muchos de los que participaron del cacerolazo, en oposición a las salidas antiobreras del gran capital y de sus agentes políticos.
Es claro que los convocantes al paro no han trabajado por esa perspectiva. La medida del 20 carece de continuidad, en términos de un plan de lucha sostenido hasta alcanzar las reivindicaciones. Tampoco se concretó la convocatoria a la Plaza de Mayo. Los voceros de la CGT Moyano sostienen que “no querían competir con el 8N” en cantidad de asistentes. Pero una convocatoria atomizada y con objetivos difusos jamás puede ser comparada con una movilización obrera en el marco de un paro que enfrentará, en cada lugar de trabajo y en cada sindicato, la resistencia de los capitalistas y del Estado. Lo cierto es que Moyano ha dejado la marcha para más adelante, en el marco no de una lucha obrera, sino de una convocatoria “justicialista”. La burocracia sindical quiere encauzar la ruptura de los trabajadores con el gobierno hacia la oposición tradicional. Pero lo último que quieren los De la Sota, Macri o Binner es agitar la crisis social, en el marco de los ajustes que ellos mismos aplican en sus distritos. La subordinación a éstos, en definitiva, es un ataque al propio paro, a su alcance y continuidad.
Asegurar el paro
Cristina Kirchner suele contraponer la situación nacional con el escenario de los ajustes y las huelgas europeas. Pero esta vez, a sólo una semana de una huelga que envolvió a la clase obrera de varios países de Europa -el “14N”-, los trabajadores de Argentina emprenderán una medida similar. El intervencionismo oficial no ha podido gambetear la crisis capitalista y la clase obrera argentina saldrá, este martes 20, a una acción de conjunto. La presión del Estado, de las burocracias sindicales oficialistas y de las patronales estará volcada contra el paro. En ese cuadro, se trata de volcar todo el peso de las organizaciones obreras al cumplimiento del paro, mediante el impulso de asambleas en todos los lugares de trabajo y sindicatos. Se trata de asegurar la huelga en los gremios adheridos, de batallar por el paro en los sindicatos que han resuelto boicotearlo, de asegurar su cumplimiento en todos lados a través de piquetes y convocar a toda la población a sostenerlo. El paro plantea la oportunidad de colocar a la clase obrera a la cabeza del descontento popular y, por esa vía, reforzar una salida de los trabajadores a la crisis nacional.
Con esta orientación, vamos a empeñar todos los esfuerzos en la jornada del 20.
Marcelo Ramal